Página 618 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Teníamos la preocupación de construir con dinero prestado, lo
que nos causaba perplejidad. Cumplimos con nuestras citas y traba-
jamos afanosamente durante todo el verano. Debido a la necesidad
de fondos, nos unimos para trabajar en el campo, cavando la tierra
con azadón, cortando y almacenando heno. Tomé la horca y amonto-
né la parva, mientras mi esposo con sus débiles brazos me tiraba el
heno. Tomé la brocha y pinté gran parte del interior de nuestra casa.
Ambos nos agotamos demasiado en esto. Finalmente me debilité al
punto de no poder hacer más. Me desmayé en varias ocasiones en
la mañana, y mi esposo tuvo que asistir a la reunión campestre de
Greenbush sin mí. Nuestro viejo y áspero carruaje nos había estado
casi matando a nosotros y a los caballos. Los largos viajes en él, y el
trabajo de las reuniones, así como las preocupaciones y faenas del
hogar, eran demasiado para nosotros y temí haber llegado al fin de
mis esfuerzos. Mi esposo trató de animarme y me urgió a empezar
de nuevo, cumpliendo los compromisos en Orange, Greenbush e
Ithaca. Finalmente resolví empezar, y, si no me sentía peor, conti-
nuar el viaje. En mi coche viajé 17 kilómetros arrodillada sobre una
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almohada y recostada mi cabeza sobre otra puesta sobre las piernas
de mi esposo. El manejaba y me sostenía. La siguiente mañana me
sentí un poco mejor y decidí continuar. Dios nos ayudó a hablar
con poder a la gente en Orange, y se hizo una gloriosa obra por los
que se habían descarriado y por los pecadores. En Greenbush se me
concedió libertad y fuerza. En Ithaca el Señor nos ayudó para hablar
a una gran congregación a la cual no habíamos hablado antes.
En nuestra ausencia, los hermanos King, Fargo, y Maynard deci-
dieron que por misericordia a nosotros y a los caballos, deberíamos
tener un carruaje liviano y cómodo; así que de regreso, llevaron a mi
esposo a Ionia y compraron el que ahora tenemos. Era justo lo que
necesitábamos y me hubiera ahorrado mucho agotamiento al viajar
en el calor del verano.
En esta ocasión recibimos fervorosas solicitudes para asistir a
convocaciones en el Oeste. Al leer estas conmovedoras peticiones,
derramamos nuestras lágrimas sobre ellas. Mi esposo me decía:
“Elena, no podemos asistir a estas reuniones. A lo sumo yo podría
cuidar de mí mismo en un viaje de tal magnitud, y si te desmayaras,
¿qué podría hacer yo? Pero, Elena, debemos ir”; y al hablar de esa
manera, sus emociones acompañadas de lágrimas le ahogaban la