Página 622 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
sanidad. Su voz, al igual que la de la Hna. White, parecía melodiosa.
Sentí un espíritu de regocijo por haber encontrado la fuente. La Hna.
White venía hacia mí con una taza de agua para que bebiera, pero
me invadió tal gozo que me desperté antes de poderla tomar.
“Que el Señor me permita beber en abundancia de esa agua,
porque creo que no es otra que la que Cristo mencionó, la cual
‘brotará para vida eterna.
J. N. Loughborough. Monterrey, Míchigan, 8 de septiembre de
1867”
.
El 14 y 15 de septiembre celebramos provechosas reuniones en
Battle Creek. Aquí mi esposo con libertad asestó un fuerte golpe a
algunos pecados de quienes ocupan lugares prominentes en la causa,
y por primera vez en veinte meses asistió a las reuniones nocturnas
y predicó en ellas. Se comenzó un magnífico trabajo, y la iglesia,
como se publicó en la
Review,
nos dio la promesa de mantenerse
a nuestro lado, si a nuestro regreso del oeste podíamos continuar
nuestra labor con ellos.
En compañía del Hno. y la Hna. Maynard, y los Hnos. Smith y
Olmstead, asistimos a las grandes reuniones del oeste, las victorias
principales de las cuales han sido ampliamente publicadas en la
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Review
. Mientras asistíamos a las reuniones de Wisconsin, yo estaba
un poco débil. Había trabajado más allá de mi capacidad en Battle
Creek y estuve a punto de desmayarme en los coches durante el viaje.
Por cuatro semanas tuve mucho sufrimiento con mis pulmones, y
tuve dificultad para hablar a la gente. El sábado en la tarde se me
aplicaron fomentos sobre mi garganta y pulmones; pero se olvidaron
de abrigarme la cabeza y la dificultad de los pulmones pasó al
cerebro. Mientras me levantaba en la mañana, sentí una sensación
singular en el cerebro. Las voces parecían vibrar, y me parecía que
todo se movía delante de mí. Mientras caminaba, me tambaleé y
poco me faltó para caerme. Tomé mi desayuno, con la esperanza de
sentir alivio al hacerlo; pero solamente aumentó la dificultad. Me
puse muy enferma y no pude sentarme.
Mi esposo vino a la casa después de la reunión de la mañana,
diciendo que se había comprometido para que yo hablara en la tarde.
Parecía imposible que pudiese estar de pie frente a la gente. Cuando
mi esposo preguntó sobre qué tema hablaría, no pude ni siquiera
pensar en una frase. Pero pensé: Si Dios desea que hable, me dará