Página 624 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
viento, por nuestros amigos profesos. Nos hemos quedado atónitos
al descubrir, gracias a la investigación y a las recientes confesiones
de casi la totalidad de miembros de esta iglesia, que casi todos le
habían dado crédito a uno o varios de estos informes falsos, y que
esos profesos cristianos habían albergado sentimientos de censura,
amargura y crueldad contra nosotros, especialmente contra mi débil
esposo que lucha por su vida y su libertad. Algunos han exhibido un
espíritu malévolo y aplastante, y lo han descrito como una persona
rica, pero que a pesar de ello codicia el dinero.
Al volver a Battle Creek, mi esposo convocó un concilio de los
hermanos para que se reuniera con la iglesia con el fin de investigar
estos asuntos ante ellos, y contrarrestar los falsos informes. Vinieron
hermanos de diferentes partes del estado, y mi esposo les pidió a
todos valientemente que expusieran lo que tuvieran contra él, de
modo que pudiera defenderse francamente, y de ese modo poner
fin a esas calumnias que circulaban en privado. Las equivocaciones
que había confesado antes en la
Review,
volvió a confesarlas ahora
plenamente en una reunión pública y en entrevistas individuales, y
también explicó muchos asuntos sobre los cuales se habían basado
necias y falsas acusaciones. Así convenció a todos de la falsedad de
esos cargos.
Y al hacer cuentas para determinar el valor real de nuestras
posesiones, descubrimos -para asombro de mi esposo y de todos los
presentes- que no pasaba de 1.500 dólares, además de sus caballos y
el carruaje, y restos de ediciones de libros y diagramas, la venta de
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los cuales durante el año anterior, y según lo declaró el secretario,
no había alcanzado a cubrir el interés sobre el dinero que mi esposo
debe a la Asociación Publicadora. No se puede decir que esos libros
y diagramas valgan gran cosa ahora, especialmente para nosotros en
nuestra condición actual.
Cuando estaba sano, mi esposo no tenía tiempo para llevar cuen-
tas, y durante su enfermedad sus asuntos quedaron en manos ajenas.
Se levantó la pregunta: ¿Qué pasó con su patrimonio? ¿Había sido
defraudado? ¿Se habían cometido errores en sus cuentas? ¿O él
mismo, dada la condición confusa en que se hallaban sus asuntos,
había dado para esta buena causa o aquélla, sin saber su verdadera
capacidad para contribuir, y sin saber cuánto estaba dando?