Página 64 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
el espíritu de oposición mientras sus siervos explicaban las razones
de su fe. En algunos casos la persona que hablaba era débil, pero el
Espíritu de Dios daba peso y poder a su verdad. Se sentía la presencia
de los santos ángeles en medio de la congregación, y mucha gente
se añadía diariamente al pequeño grupo de creyentes.
En cierta ocasión, mientras el pastor Stockman predicaba, el
pastor Brown, un ministro bautista cristiano, cuyo nombre hemos
mencionado antes, se encontraba sentado en la plataforma y escucha-
ba con profundo interés. Estaba muy conmovido y repentinamente
se puso pálido como muerto, y el pastor Stockman lo recibió en sus
brazos justamente a tiempo para impedirle caer al suelo. Luego lo
acostó en un sofá, donde permaneció postrado hasta que terminó el
sermón.
En ese momento se levantó con el rostro todavía pálido, pero
iluminado por una luz procedente del Sol de Justicia, y dio un tes-
timonio muy impresionante. Parecía recibir de lo alto una santa
unción. Generalmente hablaba con lentitud, actuaba con seriedad
y no manifestaba ninguna clase de agitación. En esta ocasión sus
palabras mesuradas y solemnes contenían un nuevo poder al amones-
tar a los pecadores y a sus hermanos pastores para que desecharan
la incredulidad, el prejuicio y el frío formalismo, y que, tal como
hicieron los nobles bereanos, escudriñaran los escritos sagrados,
comparando un texto con otro para asegurarse de la autenticidad de
esas cosas. Invitó a los pastores presentes a no sentirse molestos por
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la forma directa y escudriñadora en la que el pastor Stockman había
presentado el tema solemne que interesaba a todas las mentes.
Dijo lo siguiente: “Deseamos alcanzar a la gente; deseamos que
los pecadores se convenzan y se arrepientan sinceramente antes
que sea demasiado tarde para ser salvos, no sea que tengan que
lamentarse: ‘Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos
sido salvos’.
Jeremías 8:20
. Hay hermanos en el ministerio que
dicen que nuestros dardos hacen impacto en ellos; les rogamos que
se aparten de entre nosotros y el pueblo, y nos permitan alcanzar a los
pecadores. Si ellos mismos se hacen un blanco de nuestros dardos,
carecen de razón para quejarse de las heridas recibidas. ¡Apartaos,
hermanos, y no seréis heridos!”
Relató su propia experiencia con tanta sencillez y candor que
muchos que habían tenido grandes prejuicios fueron conmovidos