Página 65 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Esperando la segunda venida
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hasta las lágrimas. El Espíritu de Dios se sintió en sus palabras y
se vio en su rostro. Con santa exaltación declaró valerosamente que
había tomado la Palabra de Dios como una consejera, que sus dudas
habían desaparecido y su fe había sido confirmada. Lleno de fervor
invitó a sus hermanos ministros, a los miembros de iglesia, a los
pecadores y a los infieles a examinar la Biblia por sí mismos, y los
invitó a que ningún hombre los apartara del propósito de discernir
claramente en qué consistía la verdad.
El pastor Brown no se desvinculó de la iglesia cristiana bautista
en esa ocasión, ni tampoco lo hizo posteriormente, y su grupo lo
consideraba con gran respeto. Cuando hubo terminado de hablar,
los que deseaban las oraciones del pueblo de Dios fueron invitados
a levantarse. Cientos de personas respondieron. El Espíritu Santo
reposó sobre la congregación. El cielo y la tierra parecieron apro-
ximarse. La reunión se prolongó hasta una hora tardía esa noche, y
los jóvenes, los ancianos y los de edad madura sintieron el poder de
Dios.
Al regresar a nuestros hogares podíamos oír una voz que alababa
a Dios procedente de una dirección, y, como si le respondieran, otras
voces se escuchaban de otras direcciones exclamando: “¡Gloria
a Dios, el Señor reina!” Los hombres llegaron a sus hogares con
alabanzas en sus labios y las expresiones de alegría se prolongaron
hasta bien entrada la noche. Ninguna de las personas que asistieron
a esas reuniones podrá olvidar esas escenas que revelaban el más
profundo interés.
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Los que aman sinceramente a Jesús pueden apreciar los senti-
mientos de los que esperaban con el más intenso anhelo la venida
de su Salvador. Se aproximaba el punto culminante de la espera. El
momento del anhelado encuentro con él estaba próximo. Nos acerca-
mos a esta hora con calma y solemnidad. Los verdaderos creyentes
descansaban en una dulce comunión con Dios, y era una anticipa-
ción de la paz que disfrutarían en el luminoso futuro con Cristo.
Ninguna de las personas que experimentó esta confiada esperanza
podrá olvidar esas preciosas horas de espera.
Los asuntos mundanos fueron dejados de lado en su mayor parte
durante algunas semanas. Examinamos cuidadosamente cada pensa-
miento y emoción de nuestra intimidad, como si nos encontráramos
en el lecho de muerte y a pocas horas del momento cuando cerra-