Página 66 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

62
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
ríamos los ojos para siempre sobre las escenas terrenales. Nadie
confeccionó “vestidos de ascensión” como preparativo para ese gran
acontecimiento; sentimos la necesidad de tener una evidencia interna
de que estábamos preparados para encontrarnos con Cristo, y nues-
tros vestidos blancos eran la puerta del alma, el carácter limpiado de
pecado mediante la sangre expiatoria de nuestro Salvador.
Pero pasó el tiempo de nuestra espera. Esta fue la primera prueba
seria que debieron soportar los que creían y aguardaban que Jesús
vendría en las nubes de los cielos. Fue grande el chasco del pueblo
de Dios que esperaba ese acontecimiento. Las personas que se ha-
bían burlado de nosotros sentían que habían triunfado y ganaron a
los débiles y cobardes para sus filas. Algunos, que al parecer habían
tenido una fe genuina, aparentemente habían estado influidos sola-
mente por el temor, y con el paso del tiempo habían recuperado su
valor y se habían unido atrevidamente con los burladores declarando
que nunca habían sido engañados a creer en realidad en la doctrina
de Miller, a quien consideraban un fanático loco. Otros, acomodati-
cios o vacilantes, se alejaron sosegadamente de la causa. Pensé que
si Cristo hubiera venido realmente, ¿qué habría sucedido con los
débiles e indecisos? Afirmaban que amaban a Jesús y que anhelaban
su venida, pero cuando él no apareció, se sintieron muy aliviados y
volvieron a su condición descuidada y a su desprecio de la verdadera
religión.
Quedamos perplejos y chasqueados, y sin embargo no renuncia-
mos a nuestra fe. Muchos seguían aferrándose a la esperanza de que
[55]
Jesús no demoraría mucho su venida, porque consideraban que la
Palabra de Dios era segura, por lo que no podía fallar. Pensábamos
que habíamos hecho nuestro deber, habíamos vivido de acuerdo
con nuestra preciosa fe, y aunque estábamos chasqueados no nos
sentíamos desanimados. Las señales de los tiempos mostraban que
el fin de todas las cosas estaba cercano; debíamos velar y mantener-
nos preparados para la venida del Maestro en cualquier momento.
Debíamos esperar y confiar, sin dejar de reunirnos para recibir más
instrucciones, valor y consuelo, a fin de que nuestra luz brillara en
medio de las tinieblas del mundo.
El cálculo del tiempo era tan sencillo y claro que aun los niños
hubieran podido comprenderlo. Desde la fecha del decreto del rey de
Persia, registrado en (
Esdras 7
), que fue dado en 457 a.C., los 2300