Página 642 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
fe. Pero a veces se ha sentido entusiasmado con la victoria que Dios
le ha concedido a la verdad sobre el error, y en esos conflictos se ha
tomado la gloria para sí. El yo se ha visto magnificado ante sus ojos.
Se me mostró que en sus dos últimas discusiones él no tuvo el
espíritu correcto. Antes de la primera se dejó exaltar por los halagos
de hombres que no aman la verdad. Mientras escuchaba y en cierto
modo participaba de una discusión que tenían dos individuos que
no estaban en la fe, se sintió exaltado y pensó que podría afrontar
a cualquier opositor. Y mientras se sentía lleno de confianza, por
ese mismo hecho se vio despojado de su fortaleza. A Dios no le
pareció bien que hubiera desechado el consejo del Hno. Andrews.
Su espíritu de suficiencia propia estuvo a punto de transformar esa
discusión en un rotundo fracaso. En esos combates, si no se obtienen
claras ventajas, siempre hay pérdidas. Nunca se debe uno precipitar
a ellos, sino que cada movida debe ser hecha con precaución, y con
la mayor sabiduría, porque está en juego mucho más que lo que hay
en una batalla nacional. Satanás y sus huestes bullen de actividad
en estos conflictos entre la verdad y el error, y si los paladines de la
verdad no van a la batalla confiando en la fortaleza de Dios, Satanás
les demostrará cada vez que él es mejor general que ellos.
En el segundo combate había mucho, muchísimo, que estaba en
juego. Sin embargo allí también fracasó el Hno. F. No se lanzó a ese
conflicto sintiendo su debilidad y confiando con humildad y sencillez
en la fortaleza de Dios. Nuevamente se sintió autosuficiente. Sus
éxitos anteriores lo habían exaltado. Pensó que las victorias que
había logrado se debían mayormente a su destreza en el uso de los
poderosos argumentos que provee la palabra de Dios.
Se me mostró que los defensores de la verdad no deben provocar
discusiones. Y siempre que sea necesario enfrentarse con un oponen-
te para hacer avanzar la causa de la verdad y la gloria de Dios, ¡con
cuánta humildad y cuidado debieran ir al conflicto! Escudriñando
su corazón, confesando sus pecados y con fervientes oraciones, y a
menudo ayunando por un tiempo, debieran rogarle a Dios que les
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conceda su ayuda especial y provea una gloriosa victoria para su
preciosa verdad salvadora, de tal modo que el error pueda ser visto
en su verdadera deformidad y sus defensores sean completamente
confundidos. Los que luchan por la verdad contra quienes se oponen
a ella, deben darse cuenta de que no se enfrentan sólo a los hombres,