Página 643 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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El peligro de la confianza propia
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sino que están contendiendo con Satanás y sus ángeles, y que éstos
tienen la determinación de hacer que el error y las tinieblas retengan
su dominio sobre el campo, y que la verdad sea cubierta por el error.
Por cuanto el error es lo que más concuerda con el corazón natural,
se da por sentado que es luz. Los hombres que se sienten cómodos
aman el error y las tinieblas, y no están dispuestos a dejarse reformar
por la verdad. No se dejan atraer a la luz por no arriesgarse a que
sus obras sean reprobadas.
Si los que se proponen vindicar la verdad confían en el peso de
los argumentos y se apoyan débilmente en Dios, y avanzan de ese
modo al encuentro de sus oponentes, nada se ganará para el lado de la
verdad; por el contrario, habrá decididamente pérdidas. Si no se gana
una victoria evidente en favor de la verdad, el asunto queda peor que
antes del conflicto. Los que anteriormente podían haber abrigado
convicciones en cuanto a la verdad, ahora se quedan tranquilos y
deciden en favor del error, porque en su estado de oscuridad no
pueden darse cuenta de que la verdad llevaba la ventaja. Estas dos
últimas discusiones tuvieron muy poco efecto en hacer avanzar la
causa de Dios, y habría sido mejor que no hubieran ocurrido. El Hno.
F no entró en ellas con un espíritu de humillación propia y una firme
confianza en Dios. El enemigo le produjo una visión exagerada de
sí mismo, y adoptó un espíritu de autosuficiencia y confianza que
no es apropiado para un humilde siervo de Cristo. Tenía puesta su
propia armadura, no la de Dios.
Hno. F, Dios le había provisto un obrero de profunda experiencia,
el más capaz del campo. Tenía experiencia personal en resistir las
estratagemas de Satanás, y había experimentado la más intensa
angustia mental. En la omnisapiente providencia de Dios se le había
permitido sentir el calor del horno refinador, y allí había aprendido
que todo refugio que no fuera Dios caería, y todo artefacto sobre
el cual se apoyara demostraría no ser más que una caña cascada.
Usted debería haberse dado cuenta de que el Hno. Andrews tenía
un interés tan profundo como el suyo en la discusión, y debiera
haber escuchado sus consejos con un espíritu de humildad, y haber
obtenido provecho con sus instrucciones. Pero Satanás tenía aquí un
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objeto que ganar, a saber, derrotar los propósitos de Dios; por eso
se posesionó de su mente y así estorbó la obra de Dios. Usted se
apresuró a la batalla con su propia fuerza, y los ángeles lo dejaron