Página 644 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
pelear así. Pero Dios, en su misericordia por su causa, no quiso que
los enemigos de su verdad obtuvieran una victoria evidente, y en
respuesta a las oraciones fervorosas y llenas de angustia de su siervo,
los ángeles vinieron a prestar socorro. En vez de un fracaso total, se
logró una victoria parcial, para que los enemigos de la verdad no se
regocijaran sobre los creyentes. Pero nada se ganó con ese esfuerzo,
cuando podría haberse visto un glorioso triunfo de la verdad sobre
el error. Había al lado de usted dos de los más hábiles defensores
de la verdad; tres hombres con la fuerza de la verdad, contra un
hombre que procuraba cubrir la verdad con el error. En Dios usted
podría haber sido un ejército, si hubiera afrontado el conflicto en la
forma debida. Pero su autosuficiencia lo transformó en un fracaso
casi completo.
Nunca debe usted entrar en una discusión donde hay tanto en
juego, confiando en su propia capacidad de manejar argumentos po-
derosos. Si no lo puede evitar, entre en el conflicto, pero hágalo con
firme confianza en Dios y con espíritu de humildad, el espíritu de
Cristo, que lo ha llamado a aprender de él, que es manso y humilde
de corazón. Luego, y con el fin de glorificar a Dios y ser ejemplo
del carácter de Cristo, usted nunca debiera tomar ventaja indebida
de su oponente. Deje de lado el sarcasmo y los juegos de palabras.
Recuerde que usted se halla en combate, además del elemento hu-
mano, con Satanás y sus ángeles. El que venció a Satanás en el cielo
y expulsó del cielo al enemigo caído, y que murió por redimir de su
poder al hombre caído, cuando estaba junto a la tumba de Moisés
disputando acerca de su cuerpo, no acusó amargamente a Satanás,
sino que le dijo: “Jehová te reprenda”.
En sus últimas dos discusiones usted ha despreciado el consejo
del siervo de Dios y ha rehusado escucharle, a pesar de que con toda
su alma se ha dedicado a la obra. En su providencia, Dios le concedió
a usted un consejero cuyos talentos e influencia lo hacían acreedor
a su respeto y confianza, y de ningún modo hubiera lesionado su
dignidad el dejarse guiar por su juicio experimentado. Los ángeles de
Dios notaron su suficiencia propia, y le dieron la espalda con tristeza.
Dios no podía desplegar sin riesgo su poder en favor de usted, porque
se habría apropiado la gloria, y sus labores futuras habrían tenido
poco valor. Hno. F, vi que en sus trabajos usted no debiera confiar en
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su propio juicio, lo cual tan a menudo lo ha hecho errar el camino.