Página 660 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
liberalidad. A nadie se le debiera permitir continuar como ayudante
en el Instituto si lo hace simplemente por el sueldo. Hay gente
capacitada que, por amor a Cristo, a su causa y a los sufrientes
seguidores del Maestro, ocuparán sus puestos en el Instituto con
fidelidad y gozo, y con espíritu de sacrificio. Los que no tienen ese
espíritu debieran hacerse a un lado y dejarles el lugar a los que lo
poseen.
Hasta donde me es posible juzgar, la mitad de los enfermos de
nuestro pueblo que debieran pasar semanas o meses en el Instituto,
no pueden pagar todo el gasto de un viaje y estadía allí. ¿Permi-
tiremos que la pobreza impida que esos amigos de nuestro Señor
reciban las bendiciones que él ha provisto tan generosamente? ¿Los
dejaremos seguir luchando con la doble carga de la debilidad y la
pobreza? Los enfermos ricos, que disfrutan de todas las comodida-
des y conveniencias de la vida, y que pueden pagar para que otros
les hagan el trabajo más pesado, pueden -con cuidados y reposo,
adquiriendo información y tomando tratamientos caseros- gozar de
un estado de salud muy confortable sin ir al Instituto. Pero ¿qué
pueden hacer nuestros pobres y débiles hermanos o hermanas para
recuperar su salud? Pueden hacer algo, pero la pobreza los impulsa
a trabajar más de lo que pueden soportar. Ni siquiera disfrutan de
las comodidades de la vida; y en cuanto a las conveniencias de espa-
cio, muebles, medios de bañarse y arreglos para disfrutar de buena
ventilación, simplemente no las poseen. Quizás su único cuarto está
ocupado invierno y verano por una cocina; y puede ser que todos los
libros que hay en casa -excepto por la Biblia- quepan entre el índice
y el pulgar. No tienen dinero con el cual comprar libros para leer
y aprender a vivir. Estos queridos hermanos son precisamente los
que necesitan ayuda. Muchos son cristianos humildes. Pueden tener
faltas, algunas de las cuales pueden ser antiguas y ser la causa de
su pobreza y miseria actuales. Sin embargo, pueden estar viviendo
conforme a su deber mejor que nosotros, que tenemos los medios de
mejorar nuestra propia condición y la de otros. A los tales debemos
enseñar con paciencia y ayudar con alegría.
Por su parte, estos hermanos deben mostrarse dispuestos y an-
siosos de recibir instrucción. Deben acariciar un espíritu de gratitud
a Dios y a sus hermanos por la ayuda que se les brinde. En general,
estas personas no tienen una idea justa de lo que realmente cuesta el