Página 667 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Los pastores, el orden y la organización
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el pueblo ha sido profundamente convicto por el Espíritu de Dios y
llevado al punto de la decisión, y luego es dejado para que pierda
el interés y haga decisiones contrarias a las evidencias presentadas,
no se los puede volver a llevar muy fácilmente al punto en que sus
mentes se interesen nuevamente en el tema. En muchos casos ya han
hecho su decisión final.
Si los ministros preservaran fuerzas de reserva, y en el punto
mismo cuando todo parece ser más difícil hicieran los esfuerzos
más fervientes, los llamados más poderosos, las aplicaciones más
personales y, como valientes soldados, se lanzaran contra el enemigo
en el momento crítico, ganarían la victoria. Las almas tendrían fuerza
para quebrantar los grillos de Satanás y hacer sus decisiones para
vida eterna. Una labor bien dirigida en el momento correcto hará
que un esfuerzo prolongado tenga éxito, mientras que si se abandona
el trabajo aunque sea por unos pocos días, en muchos casos causará
un fracaso total. Los ministros deben entregarse a la obra como
misioneros, y aprender cómo hacer que sus esfuerzos obtengan la
mayor ventaja posible.
Algunos pastores, al comienzo mismo de una serie de reuniones
se llenan de celo, se echan cargas que Dios no requiere que lleven,
agotan sus energías en cantos y en oraciones y discursos largos y
a gran voz; y luego se sienten agotados, y tienen que irse a casa a
descansar. ¿Qué se logró en ese esfuerzo? Literalmente, nada. Los
obreros tenían espíritu y celo, pero les faltaba entendimiento. No
manifestaron dirección sabia. Corrían en el carro de los sentimientos,
pero no se ganó una sola victoria contra el enemigo. No se conquistó
su fortaleza.
Se me mostró que los ministros de Jesucristo debían disciplinarse
para la guerra. Se requiere mayor sabiduría en la conducción de la
obra de Dios que la que se requiere de los generales en los conflictos
de las naciones. Los ministros que han sido escogidos por Dios están
ocupados en una gran tarea. Combaten no sólo contra los hombres,
sino también contra Satanás y sus ángeles. Aquí se requiere dirección
sabia. Deben transformarse en estudiosos de la Biblia y entregarse
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plenamente a la tarea. Si comienzan a trabajar en un lugar, deben ser
capaces de exponer las razones de nuestra fe, no en forma ostentosa
ni agresiva, sino con humildad y temor. El poder que convence surge