Página 668 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

664
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
de los argumentos poderosos presentados con humildad y en el temor
de Dios.
Se necesitan ministros de Jesucristo que sean capaces de hacer
la obra en estos peligrosos días finales, hábiles en palabra y doctrina,
que comprendan bien las Escrituras, y sepan explicar las razones de
nuestra fe. Se me dirigió la atención a los siguientes pasajes, cuyo
significado algunos pastores no han captado: “Santificad a Dios
el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para
presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os
demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. “Sea vuestra
palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo
debéis responder a cada uno”. “Porque el siervo de Dios no debe ser
contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;
que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios
les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del
lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él”.
Se requiere del hombre de Dios, el ministro de Jesucristo, que
esté plenamente preparado para toda buena obra. Para esta buena
obra no se necesitan pastores pomposos, hinchados de dignidad. Pero
en el púlpito es necesario el decoro. Un ministro del evangelio no
debe ser descuidado en su actitud. Si es un representante de Cristo,
su comportamiento, su actitud y sus gestos deben ser de carácter tal
que no disgusten a los espectadores. Los ministros deben dejar de
lado todas sus maneras, actitudes y gestos toscos, y debieran cultivar
en sí mismos una humilde dignidad en el porte. Deben vestir en
forma apropiada a la dignidad de su posición. Sus palabras deben ser
en todo respecto solemnes y bien escogidas. Se me mostró que no
es correcto usar expresiones toscas e irreverentes, relatar anécdotas
con el fin de divertir, o presentar ilustraciones cómicas para hacer
reír. El sarcasmo y el usar las expresiones de un oponente para hacer
con ellas juegos de palabras son prácticas fuera del orden divino.
Los ministros no deben sentir que no pueden hacer mejoras en su
voz o sus maneras; hay mucho que se puede hacer. Se puede cultivar
la voz de modo que aun los discursos largos no dañen los órganos
vocales.
Los ministros debieran amar el orden y disciplinarse a sí mismos;
entonces pueden disciplinar con éxito a la iglesia de Dios, y enseñar
[562]
a sus miembros a trabajar armoniosamente, como una compañía