Página 674 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
de una hora con perfecta libertad. Sentí una gratitud inexpresable
por esta ayuda que Dios me concedió en el preciso momento en
que más la necesitaba. El miércoles por la noche hablé libremente
durante casi dos horas acerca de las reformas relativas a la salud y la
vestimenta. El ver cómo se renovó tan inesperadamente mi energía,
después de haberme sentido totalmente exhausta antes de esas dos
reuniones, ha sido una fuente de mucho ánimo para mí.
“La visita que hicimos a la familia del Hno. Martin nos dio
mucha alegría, y esperamos ver a sus queridos hijos entregar sus
corazones a Cristo, y con sus padres pelear la batalla cristiana, y
obtener la corona de inmortalidad cuando se haya ganado la victoria.
“El jueves volvimos a Portland y comimos con la familia del
Hno. Gowell. Tuvimos una entrevista especial con ellos, la cual
esperamos que los beneficie. Nos interesa mucho el caso de la
esposa del Hno. Gowell. El corazón de esta madre está desgarrado
porque ha visto a sus hijos en aflicción y muerte, y sepultados en la
tumba silenciosa. A los que duermen les irá bien. Dios quiera que la
madre busque toda la verdad y se haga tesoros en el cielo, para que
cuando venga el Dador de la vida a libertar a los cautivos de la gran
cárcel de la muerte, se encuentren el padre, la madre y los hijos, y se
reanuden los eslabones rotos de la cadena familiar, para nunca más
ser cortados.
“El hermano Gowell nos llevó a la estación en su carruaje. Ape-
nas alcanzamos a subir al tren antes que partiera. Viajamos cinco
horas, y nos encontramos con el Hno. A. W. Smith en la estación
de Mánchester, que nos esperaba para llevarnos a su casa en dicha
ciudad. Allí esperábamos poder descansar por una noche; pero había
una buena cantidad de personas que nos esperaban. Habían viajado
unos 14 kilómetros desde Amherst para reunirse con nosotros. Tuvi-
mos una reunión muy agradable, la cual esperamos que haya sido
útil para todos. Nos retiramos a descansar a eso de las diez. Tem-
prano a la mañana siguiente dejamos el cómodo y hospitalario hogar
del Hno. Smith para continuar nuestra jornada a Washington. La
ruta era lenta y tediosa. Dejamos el tren en Hillsborough, y hallamos
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medios de transporte esperando para llevarnos los veinte kilómetros
restantes hasta Washington. El Hno. Colby tenía un trineo y frazadas,
y viajamos con bastante comodidad hasta que estuvimos a pocos
kilómetros de nuestro destino. No había suficiente nieve para que