Página 675 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Otras labores
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el trineo se deslizara sin dificultad. El viento comenzó a soplar, y
durante los tres o cuatro kilómetros finales nos lanzaba a la cara y los
ojos el aguanieve que caía, lo cual producía dolor, y nos helaba casi
hasta congelarnos. Por fin hallamos refugio en el acogedor hogar
del Hno. C. K. Farnsworth. Hicieron todo lo posible para nuestra
comodidad, y todo se arregló de modo que pudiéramos descansar
tanto como fuese posible. Y te aseguro que fue poco.
“El sábado, tu padre habló poco después del mediodía, y después
de una pausa de unos veinte minutos presenté un testimonio de
reprensión a varios que estaban usando tabaco, y también para el
Hno. Ball, que había estado fortaleciendo las manos de nuestros
enemigos al ridiculizar las visiones y publicar expresiones amargas
contra nosotros en el periódico
Crisis
, de Boston, y en
The Hope
of Israel
(La Esperanza de Israel), un periódico publicado en Iowa.
Se citó a la reunión de la tarde en casa del Hno. Farnsworth. La
iglesia estuvo presente, y allí tu padre le pidió al Hno. Ball que
expresara sus objeciones contra las visiones y diera una oportunidad
para responder a ellas. Así se pasó la tarde. El Hno. Ball manifestó
mucha inflexibilidad y oposición. Admitió que en algunos puntos
estaba satisfecho, pero mantuvo firmemente su posición. El Hno.
Andrews y tu padre hablaron con claridad, explicando asuntos que
él había comprendido mal, y condenando su injusta conducta para
con los adventistas guardadores del sábado. Todos sentimos que
habíamos hecho lo mejor posible ese día por debilitar las fuerzas del
enemigo. La reunión continuó hasta pasadas las diez de la noche.
“A la mañana siguiente asistimos nuevamente a las reuniones
en la capilla. Tu padre habló en la mañana. Pero justo antes que él
comenzara a hablar, el enemigo hizo que un pobre y débil hermano
sintiera que tenía una carga asombrosa relativa a la iglesia. Con
grandes aspavientos, habló, gimió y lloró, y actuó como si le hubiera
sobrevenido una terrible carga, que nadie logró comprender. Noso-
tros nos esforzábamos por hacer que los que profesaban la verdad
vieran su espantoso estado de oscuridad y apostasía delante de Dios,
y lo confesaran con humilde sinceridad, volviéndose así al Señor
con sincero arrepentimiento, de modo que él pudiera volver a ellos y
sanar sus apostasías. Satanás procuró estorbar la obra empujando a
esa pobre alma inestable a que causara disgusto en los que deseaban
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actuar en forma razonable. Me levanté y le dirigí a ese hombre un