Otras labores
            
            
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              hermano, que estaba por sufrir el martirio, que le diera una señal si la
            
            
              fe y la esperanza cristianas eran más fuertes que el fuego devorador.
            
            
              Esperaba que el turno próximo le tocaría a él, y dicha señal lo
            
            
              fortalecería para afrontar las llamas. El mártir le prometió que le
            
            
              daría la señal. Fue llevado a la estaca entre las burlas y provocaciones
            
            
              de la multitud de ociosos que se habían congregado para ver cómo el
            
            
              cristiano se consumía en la hoguera. Se trajo la leña y se encendió el
            
            
              fuego, y el compañero cristiano fijó sus ojos en el mártir moribundo,
            
            
              sintiendo que mucho dependía de la señal. El fuego ardió y ardió, la
            
            
              carne se ennegreció, pero la señal no venía. El cristiano no apartó
            
            
              un momento sus ojos de la terrible escena. Los brazos ya se habían
            
            
              tostado, y no había señales de vida. Todos pensaban que el fuego
            
            
              había hecho su obra y que no quedaba ya rastro de vida. Mas ¡oh
            
            
              maravilla! ¡De entre las llamas los dos brazos se alzaron de pronto
            
            
              hacia el cielo! El cristiano, cuyo corazón comenzaba a desfallecer,
            
            
              contempló la gozosa señal; todo su ser se estremeció, y renovó su
            
            
              fe, su esperanza y su valor. De sus ojos brotaron lágrimas de gozo.
            
            
              “Al referirse el Hno. Andrews a los brazos ennegrecidos y que-
            
            
              mados que se alzaron al cielo entre las llamas, él también se puso a
            
            
              llorar como un niño. Casi toda la congregación estaba conmovida
            
            
              hasta las lágrimas. La reunión concluyó a eso de las diez. Las nubes
            
            
              de tinieblas se habían disipado en forma dramática. El Hno. He-
            
            
              mingway se levantó y dijo que había estado en completa apostasía,
            
            
              usando tabaco, oponiéndose a las visiones y persiguiendo a su espo-
            
            
              sa por creer en ellas, pero declaró que no volvería a hacer eso. Nos
            
            
              pidió perdón a ella y a todos. Su esposa habló con gran sentimiento.
            
            
              Su hija y otros más se levantaron para orar. El Hno. Hemingway
            
            
              declaró que el testimonio que la Hna. White había expresado parecía
            
            
              venir directamente desde el trono, y que nunca volvería a atreverse a
            
            
              presentarle oposición.
            
            
              “El Hno. Ball dijo entonces que si las cosas eran como nosotros
            
            
              las veíamos, entonces su caso era muy malo. Declaró que él sabía
            
            
              que había estado en apostasía durante años, y que había estorbado
            
            
              el camino de los jóvenes. Agradecimos a Dios por esa admisión.
            
            
              Decidimos salir el lunes temprano por la mañana, pues teníamos
            
            
              un compromiso en Braintree, Vermont, para encontrarnos con unos
            
            
              treinta guardadores del sábado. Pero el tiempo estaba muy frío,
            
            
              inclemente y huracanado como para viajar cuarenta kilómetros des-