Página 694 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
este varias semanas más de lo que habíamos pensado, no perdimos
tiempo en dirigirnos a varios hermanos de esta zona, recomendán-
doles que hicieran venir a la Hna. More y proveyeran para ella un
hogar hasta nuestro regreso. Repito: Hicimos lo que pudimos.
Pero, ¿por qué habríamos de sentir interés por esta hermana, más
que por otros? ¿Qué esperábamos de esta misionera agotada? No
podría hacer los trabajos de nuestro hogar, y en casa teníamos sólo
un niño al cual ella le podría enseñar. Y por cierto que no se podría
esperar mucho de alguien tan desgastado como lo estaba ella, que
ya tenía casi sesenta años. No teníamos ningún uso específico para
ella, excepto para traer a nuestro hogar la bendición de Dios. Hay
muchas razones por las cuales nuestros hermanos debieran haberse
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interesado más que nosotros en el caso de la Hna. More. Nosotros
nunca la habíamos visto, y no teníamos otros medios de conocer su
historia, su devoción a la causa de Cristo y la humanidad, que los que
tenían todos los lectores de la
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. Nuestros hermanos de Battle
Creek habían visto a esta noble mujer, y algunos de ellos conocían
en mayor o menor grado sus deseos y necesidades. Nosotros no
teníamos dinero con qué ayudarle; ellos sí. Nosotros ya estábamos
sobrecargados de trabajo y necesitábamos tener en casa a personas
que tuvieran la fortaleza y la vivacidad de la juventud. En vez de
ayudar a otros, nosotros mismos necesitábamos ayuda. Pero la mayor
parte de nuestros hermanos de Battle Creek están en tal situación
que la Hna. More no habría significado para ellos el menor cuidado o
carga. Tienen tiempo y fuerzas, y se hallan comparativamente libres
de necesidad.
Sin embargo, nadie se interesó en este caso en la medida en que
nosotros lo hicimos. Hasta le hablé a la congregación en pleno, antes
que viajáramos al este el otoño pasado, acerca de su descuido de
la Hna. More. Me referí al deber de darle honor a quien se le debe
honor; me parecía que la sabiduría se había apartado de los prudentes
a tal grado que no les era posible apreciar el valor moral. Les dije
a los miembros de esa congregación que entre ellos había muchos
que tenían tiempo para reunirse, para cantar y tocar sus instrumentos
musicales; tenían dinero para darle al artista con el fin de multiplicar
sus propias imágenes, o para gastar en las diversiones públicas; pero
no tenían nada para darle a una misionera desgastada que había
abrazado de corazón la verdad presente, y que había venido a vivir