Página 695 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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El caso de Ana More
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entre quienes tenían una fe tan preciosa como la suya. Les aconsejé
detenerse y considerar lo que estábamos haciendo, y les propuse
que guardaran sus instrumentos musicales durante tres meses, y
tomaran tiempo para humillarse delante de Dios en autoexamen,
arrepentimiento y oración hasta que aprendieran cuáles son los
derechos que Dios reclama sobre ellos como sus hijos profesos. Mi
alma se conmovió al sentir el mal que se le había hecho a Jesús en la
persona de la Hna. More, y hablé personalmente con varias personas
acerca de esto.
Este asunto no sucedió en algún rincón. Pero a pesar de que el
asunto se hizo público, seguido de la grande y buena obra en Battle
Creek, la iglesia no hizo ningún esfuerzo por redimir el pasado ha-
ciendo venir a la Hna. More. Y alguien, la esposa de uno de nuestros
pastores, declaró más tarde: “No veo por qué los Hnos. White ha-
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cen tanto alboroto por la Hna. More. Creo que no comprenden el
caso”. ¡Por cierto que no comprendimos el caso! Es mucho peor de
lo que habíamos supuesto. Si lo hubiéramos comprendido, nunca
habríamos dejado Battle Creek sin haber establecido plenamente
ante la congregación el pecado que significó haberla dejado alejarse
de ellos, y sin habernos cerciorado de que se tomaban las medidas
necesarias para llamarla a regresar.
Un miembro de esa iglesia, comentando el alejamiento de la
Hna. More, ha dicho en resumen: “Ahora nadie se siente inclinado a
responsabilizarse de tales casos. El Hno. White siempre se encargó
de ellos”. Así era. Los llevaba a su hogar hasta que cada silla y cada
cama tenía ocupante; entonces visitaba a sus hermanos y los hacía
encargarse de los que él no podía atender. Si necesitaban medios, les
daba y luego invitaba a otros a seguir su ejemplo. En Battle Creek
tiene que haber hombres que hagan lo que él hizo, o la maldición
de Dios seguirá a esa iglesia. No sólo un hombre; hay allí cincuenta
que pueden hacer más o menos como él hizo.
Nos dicen que debemos volver a Battle Creek. No estamos listos
para dar ese paso. Probablemente nunca sea nuestro deber hacerlo.
Llevamos allí pesadas cargas, hasta que no pudimos seguirlas lle-
vando. Dios hará que los hombres y mujeres fuertes de ese lugar se
repartan esas cargas entre sí. Los que se mudan a Battle Creek, que
aceptan posiciones allí, pero que no están listos a poner sus manos a
esta obra, estarían mil veces mejor en otra parte. Hay quienes pueden