Página 70 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Mi salud era bastante deficiente. Tenía los pulmones seriamente
afectados y me fallaba la voz. El Espíritu de Dios con frecuencia
descansaba sobre mí con gran poder, y mi débil cuerpo apenas podía
soportar la gloria que invadía mi alma. Me parecía que respiraba
en la atmósfera del cielo y me regocijaba ante la perspectiva de
encontrarme muy pronto con mi Redentor y vivir para siempre en la
luz que refulgía de su rostro.
El pueblo de Dios que aguardaba el segundo advenimiento se
aproximaba al momento cuando tiernamente esperaba que se cum-
pliera la plenitud de su gozo en la segunda venida del Salvador. Pero
volvió a transcurrir el tiempo sin que se produjera el advenimiento
de Jesús. Resultó difícil retomar las preocupaciones de la vida que
pensábamos que habían terminado para siempre. Fue un chasco
muy amargo que sobrecogió al pequeño grupo cuya fe había sido
tan fuerte y cuya esperanza había sido tan elevada. Pero quedamos
sorprendidos al ver que nos sentíamos tan libres en el Señor y que
éramos tan poderosamente sostenidos por su fortaleza y su gracia.
Sin embargo, se repitió en extenso grado la experiencia del
año anterior. Un numeroso grupo renunció a su fe. Algunos que
habían manifestado gran confianza sufrieron una herida tan grande
en su orgullo, que sintieron deseos de escapar del mundo. Como
Jonás, se quejaron de Dios y eligieron la muerte en vez de la vida.
Los que habían edificado su fe sobre las evidencias que otros les
habían proporcionado y no en la Palabra de Dios, ahora nuevamente
estaban a punto de cambiar sus conceptos. Los hipócritas que habían
esperado engañar al Señor, tanto como a sí mismos, con su falsa
actitud de penitencia y devoción, ahora se sentían aliviados del
peligro inminente, y se oponían abiertamente a la causa que hasta
hacía poco habían profesado amar.
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Los débiles y los malvados se unieron para declarar que en
adelante se habían terminado los temores y las expectativas. Había
pasado el tiempo, y el Señor no había venido, por lo que el mundo
permanecería inalterado durante miles de años. Esta segunda gran
prueba expuso a un gran grupo de advenedizos sin valor que habían
sido atraídos por la fuerte corriente de la fe adventista y habían
permanecido durante un tiempo con los verdaderos creyentes y los
obreros fervientes.