Página 701 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Cocina saludable
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sin honra. No es así. Es que no ven las cosas desde la perspectiva
correcta. No es cosa sin importancia la ciencia de preparar alimentos
sanos, especialmente el pan.
En muchas familias hallamos dispépticos, y con frecuencia la
razón de esto es el pan mal hecho. La señora de la casa decide que
no hay que tirarlo, y la familia lo consume. ¿Es ésta la forma de
deshacerse del pan malo? ¿Lo pondremos en el estómago para que
se convierta en sangre? ¿Tiene el estómago la virtud de transformar
el pan ácido en dulce? ¿El pan pesado en liviano? ¿El pan añejo en
pan fresco?
Las madres descuidan esta rama en la educación de sus hijas. Se
echan encima la carga de los cuidados y trabajos, y se van desgas-
tando rápidamente, mientras la hija tiene permiso de visitar, de hacer
crochet, o estudiar lo que más le plazca. Este es un amor equivocado,
una bondad errónea. Le está haciendo un daño a su hija, el cual con
frecuencia le dura por toda la vida. En la edad cuando ella debiera ser
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capaz de llevar algunas de las cargas de la vida, no está capacitada
para hacerlo. Las jóvenes que se hallan en esta situación no soportan
las responsabilidades ni las cargas. Aceptan sólo deberes livianos,
y se excusan de las responsabilidades, mientras que la madre sigue
aplastada bajo su carga de cuidados, como un carro bajo las gavillas.
No es que la hija quiera ser falta de bondad; pero es descuidada
y distraída, de lo contrario notaría la expresión de cansancio, y no
pasaría por alto el reflejo del dolor en el semblante de la madre,
y procuraría hacer su parte llevando la mayor parte de la carga y
aliviando así a la madre, que debe ser librada de sus preocupaciones,
o verse en el lecho del dolor, o posiblemente, de la muerte.
¿Por qué las madres serán tan ciegas y negligentes en la educa-
ción de sus hijas? Me he sentido afligida cuando, al visitar varias
familias, he visto que la madre llevaba la mayor carga mientras que
la hija, que manifestaba un espíritu alegre y gozaba en buena medida
de salud y vigor, no sentía ningún cuidado, ninguna carga. Cuando
hay reuniones concurridas y las familias necesitan atender a los visi-
tantes, he visto a la madre llevar la carga, y recaer sobre ella toda la
responsabilidad, mientras que las hijas se entretienen charlando con
sus jóvenes amigos, y en general haciendo vida social. Estas cosas
me parecen tan mal que me cuesta restringir los deseos de decirles
a esas jóvenes irreflexivas que se vayan a trabajar, que alivien a