Página 702 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
su cansada madre. Llévenla a un asiento en la sala y oblíguenla a
descansar y gozar de la compañía de sus amistades.
Pero no son las hijas las únicas que llevan culpa en este asunto.
La madre también es culpable. No les ha enseñado con paciencia a
sus hijas cómo cocinar. Sabe que les falta conocimiento en el depar-
tamento de la cocina, y por lo tanto no siente que le pueden ayudar.
Ella tiene que vigilar todo lo que requiere cuidado, pensamiento y
atención. Se debiera instruir cuidadosamente a las jóvenes en el arte
de cocinar. No importa cuáles sean sus circunstancias en la vida,
es un conocimiento que puede ser usado en forma práctica. Es una
rama de la educación que influye de la manera más directa sobre la
vida humana, especialmente en las vidas de los que más queremos.
Muchas esposas y madres que no han tenido la educación correcta, y
que les falta conocimiento en el arte de cocinar, les presentan diaria-
mente a sus familiares alimentos mal preparados, que poco a poco
pero seguramente van destruyendo los órganos digestivos, haciendo
sangre de mala calidad, provocando con frecuencia ataques agudos
de enfermedades inflamatorias y causando la muerte prematura. Mu-
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chas personas han sido llevadas a la muerte por comer pan pesado y
ácido. Me relataron el caso de una empleada que hizo pan, el cual
le quedó así, pesado y ácido. Para ocultar el asunto y deshacerse
del pan, se lo echó a dos grandes puercos. A la mañana siguiente el
dueño de casa encontró a sus dos puercos muertos, y al examinar
el comedero descubrió trozos del pan. Hizo averiguaciones, y la
muchacha confesó lo que había hecho. No tenía idea del efecto que
su pan había tenido sobre los puercos. Si el pan mal cocido y ácido
es capaz de matar puercos, que son capaces de devorar serpientes
de cascabel y casi cualquier cosa detestable, ¿qué efecto podrá tener
sobre ese tierno órgano, el estómago humano?
Es un deber religioso para toda muchacha y mujer cristiana,
aprender ahora mismo a hacer pan bueno, liviano y dulce, usando
harina de trigo integral. Las madres debieran llevar a sus hijas a
la cocina cuando todavía son muy jóvenes, y enseñarles el arte de
cocinar. La madre no puede esperar que sus hijas comprendan los
misterios del manejo de un hogar si no reciben la educación debida.
Debiera instruirlas con paciencia y amor, y hacer el trabajo lo más
agradable que pueda, por su rostro alegre y sus animadoras palabras
de aprecio. Si fracasan una, dos y tres veces, no las censure. El