Libros y folletos
La circulación y distribución adecuada de nuestras publicaciones
es una de las ramas más importantes de la obra en la actualidad.
Poco puede hacerse sin esto. Y nuestros ministros pueden hacer más
en esta obra que ninguna otra clase de personas. Es cierto que hace
algunos años muchos de nuestros predicadores estaban llevando
demasiado lejos el asunto de la venta de libros. Algunos de ellos
le añadían a las colecciones que vendían, no sólo publicaciones de
poco valor real, sino también artículos de mercadería igualmente
inútiles.
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Ahora, sin embargo, algunos de nuestros ministros han adoptado
una posición extremista en cuanto a lo que dije en el Testimonio
número 11 acerca de la venta de nuestras publicaciones. Un indi-
viduo del Estado de Nueva York, sobre quien las cargas de la obra
no pesaban gran cosa, y que había actuado como nuestro agente,
manteniendo una buena variedad de publicaciones, decidió no seguir
vendiendo, y escribió a la oficina declarando que las publicaciones
estaban sujetas a su orden. Esto no es correcto. Aquí reproduzco un
extracto del Testimonio número 11:
“La carga de vender nuestras publicaciones no debiera descansar
sobre los pastores que trabajan en la palabra y la doctrina. Su tiempo
y sus fuerzas debieran mantenerse en reserva, para que sus esfuerzos
sean cabales cuando tengan que celebrar una serie de reuniones. No
debieran usar su tiempo y sus fuerzas en la tarea de vender nuestros
libros, cuando éstos pueden ser presentados al público en forma
adecuada por gente que no tiene la responsabilidad de predicar la
palabra. Al entrar en nuevos territorios, puede ser necesario que el
ministro lleve consigo publicaciones para venderle a la gente, y en
algunas otras circunstancias puede también ser necesario vender
libros y negociar para la oficina de publicaciones. Pero este tipo de
trabajo debiera evitarse cuando otros lo puedan hacer”.
La última parte de este párrafo califica a la primera. Para ser un
poco más definida, mi opinión en este asunto es que ministros como
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