La simpatía en el hogar
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Usted se deja dominar por los sentimientos. Hermano C, usted
considera que manifestar amor, y hablar con bondad y afecto está por
debajo de su dignidad. Usted piensa que todas esas palabras tiernas
tienen sabor a suavidad y debilidad, y son innecesarias. Pero en lugar
de ellas se oyen palabras de impaciencia, palabras de discordia, de
conflicto y censura. ¿Las considera usted varoniles y nobles? ¿Cree
que son una exhibición de las virtudes más serias de su sexo? No
importa qué piense usted de ellas, Dios las mira con desagrado y
las marca en su libro. Los ángeles huyen de un hogar en el cual
se oyen palabras de discordia, donde la gratitud es casi un extraño
en el corazón, y la censura salta como bolas de tizne a los labios,
manchando las vestiduras y contaminando el carácter cristiano.
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Cuando ustedes se casaron, su esposa lo amaba. Era sensible en
extremo; sin embargo, con esfuerzo de parte de usted y fortaleza de
parte de ella, su salud no tenía por qué haberse puesto como está.
Pero la severa frialdad de parte de usted lo ha transformado en un
témpano, que ha congelado el canal por donde debían circular el
amor y el afecto. Su costumbre de censurar y criticar ha sido como
granizo desolador para una planta sensible. Ha congelado y casi
destruido la vida de la planta. El amor de usted por el mundo está
devorando los buenos rasgos de su carácter. Su esposa tiene otra
actitud, es más generosa. Pero cuando ha ejercido, aun en cosas pe-
queñas, su instintiva generosidad, usted ha retraído sus sentimientos
y la ha censurado. Usted alberga un espíritu mezquino y egoísta. Le
hace sentir a su esposa que ella es una carga, una exigencia, y que
no tiene derecho a ejercer su generosidad a expensas de usted.
Todas estas situaciones son de naturaleza tan desanimadora, que
ella se siente sin esperanza y sin salida, y no tiene resistencia que
ofrecer; en cambio, se doblega bajo el vendaval. Su dolencia es el
sufrimiento nervioso. Si su vida matrimonial fuera agradable, ella
gozaría de un nivel adecuado de salud. Pero a través de toda su vida
conyugal, el demonio ha sido un huésped en su familia, el cual se ha
gozado al ver su lamentable condición.
Las esperanzas fallidas han hecho que ustedes dos se sientan
completamente miserables. No tendrán recompensa alguna por sus
sufrimientos, puesto que ustedes mismos se los han causado. Sus
propias palabras han sido como un veneno mortífero sobre los ner-
vios y el cerebro, sobre los huesos y los músculos. Se cosecha lo que