Página 719 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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La simpatía en el hogar
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deber de toda madre enseñar a sus hijos a desempeñar su parte en la
vida, a compartir las cargas de ella y no ser máquinas ociosas.
La salud de su hija sería mejor si se la hubiera educado para
realizar esfuerzos físicos. Sus músculos y nervios son débiles, lacios
y carentes de tono. ¿Y en qué otra condición podrían hallarse, si
tienen tan poco uso? Esta niña tiene muy poco aguante. Una pequeña
cantidad de ejercicio físico basta para agotarla y poner en peligro
su salud. Sus músculos y sus nervios carecen de elasticidad. Sus
facultades físicas se han mantenido dormidas por tanto tiempo, que
su vida es casi inútil. ¡Madre equivocada! ¿No sabe usted que al
darle a su hija tantos privilegios en el aprendizaje de las ciencias,
sin educarla para ser útil en las labores del hogar, le hace un gran
mal? El ejercicio le habría endurecido, o confirmado, su constitución
y mejorado su salud. Esta ternura, en vez de ser una bendición,
llegará a ser una maldición terrible. Si su hija hubiera compartido
las cargas familiares, la madre no se hubiera esforzado en exceso, y
podría haberse ahorrado mucho sufrimiento, beneficiando al mismo
tiempo a la hija. Ella debiera empezar ahora a trabajar, sin echarse
repentinamente toda la carga que normalmente lleva una persona de
su edad; pero puede educarse a sí misma para realizar trabajo físico
en una proporción mucho mayor que lo que ha hecho hasta ahora en
su vida.
La Hna. C tiene su imaginación enferma. Se ha resguardado del
aire, de modo que ahora no lo puede soportar sin inconvenientes.
El calor de su cuarto es muy dañino para la salud. Su circulación
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está deprimida. Ha vivido en el aire caliente por tanto tiempo, que
sin realizar un cambio no puede soportar la exposición que significa
un paseo al aire libre. Su mala salud se debe en cierto modo a la
exclusión del aire, y se ha vuelto tan delicada que no puede recibir
aire sin enfermarse. Si continúa entregándose a esta imaginación
enfermiza, le va a ser difícil soportar aun un soplo de aire. En su
cuarto debiera mantener las ventanas abiertas todo el día, para que
haya circulación del aire. A Dios no le agrada que ella se quite así su
propia vida. Tal cosa es innecesaria. Se ha puesto así de sensible por
haber cultivado una mente enferma. Necesita aire, y debe obtenerlo.
No sólo está destruyendo su propia vitalidad, sino también las de su
esposo y su hija, y las de todos los que la visitan. El aire de su cuarto
es decididamente impuro, y se halla desprovisto de vitalidad. Nadie