Página 723 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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La simpatía en el hogar
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12:2
. Esto es lo que usted necesita, y lo que debe experimentar: la
transformación que hará en usted la santificación por medio de la
verdad.
¿Cree usted que el fin de todas las cosas se aproxima, que las
escenas de la historia de este mundo están llegando rápidamente a su
conclusión? Si es así, muestre su fe por sus obras. La gente muestra
toda la fe que tiene. Algunos piensan que tienen buena cantidad de
fe, pero si tuvieran algo de ella, estaría muerta, porque no se apoya
en las obras. “Si la fe no tiene obras, está muerta”.
Santiago 2:17
.
Pocos tienen esa fe genuina que obra por amor y purifica el alma.
Pero todos los que sean hallados dignos de la vida eterna deberán
haber obtenido una adaptación moral para la misma. “Amados, ahora
ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve aún lo que hemos de
ser, sabemos que cuando
Cristo
aparezca, seremos semejantes a él,
porque lo veremos como él es. Todo el que tiene esta esperanza en
él, se purifica, así como él es puro”.
1 Juan 3:2, 3
. Esta es la obra
que se extiende en su camino, y usted no tiene mucho tiempo para
dedicarse a la tarea con toda su alma.
Usted debe experimentar la muerte al yo, y debe vivir para Dios.
“Siendo que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”.
Colosenses 3:1
. El
yo no debe ser consultado. El orgullo, el amor propio, el egoísmo,
la avaricia, la codicia, el amor al mundo, el odio, las sospechas, la
envidia, las malas suposiciones, todo debe ser subyugado y sacrifi-
cado para siempre. Cuando Cristo aparezca, no vendrá para corregir
estos males y darnos luego la idoneidad moral para su venida. Todos
estos preparativos deben hacerse antes que él venga. La pregunta:
“¿Qué haremos para ser salvos?” debe ser un tema de meditación, de
estudio y de ferviente investigación. ¿Cómo debemos comportarnos
para mostrarnos aprobados ante Dios?
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Cuando se sienta tentado a murmurar, a censurar, y a dar rienda
suelta a la impaciencia, hiriendo así a los que lo rodean, y por exten-
sión a su propia alma, ¡oh! deje que surja de su alma la profunda,
ferviente y ansiosa pregunta: “¿Estaré sin defecto delante del trono
de Dios? Sólo los perfectos estarán allí. Nadie será trasladado al
cielo mientras su corazón esté lleno de la basura terrenal. Hay que
remediar primero todo defecto del carácter moral, quitar toda man-