Página 729 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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La situación del esposo
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confiar en sus instrucciones. Dios puede darles a ambos, por cuanto
sienten el mismo interés y devoción por la obra, calificaciones equi-
valentes para desempeñar una parte prominente en la tan solemne
obra de salvar almas. La gran tarea que ella debe afrontar es ser dili-
gente en asegurar su llamado y elección, cesar de espiar a los demás
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y comenzar ahora la obra de ser muy celosa de sí misma. Debiera
esforzarse por bendecir a otros con su ejemplo piadoso, su alegría,
su ánimo, valor, fe, esperanza y gozo, en esa confianza perfecta en
Dios que será el resultado de la santificación por medio de la verdad.
Debe desarrollar un grado absoluto de conformidad con la voluntad
de Dios. Cristo le dice a ella: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y
el mayor Mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos Mandamientos dependen
toda la Ley y los Profetas”.
Lo que antecede fue escrito en Mount Pleasant, Iowa, el 4 de
octubre de 1867. No tuve tiempo de terminar el testimonio y copiarlo,
de modo que lo puse de lado, y sólo pude terminarlo cuando volví
del este a Greenville, Míchigan. Entonces me dediqué a él, el 30 de
enero de 1868.
Queridos Hermano y Hermana D: Ustedes debieran haber recibi-
do esto hace mucho tiempo, pero nuestras labores han sido tan duras
que no pude hallar tiempo para escribir. Cada lugar que visitábamos
me traía a la memoria muchas cosas que se me habían mostrado de
casos individuales, y he escrito en las reuniones, aun mientras mi
esposo predicaba.
Esta visión me fue dada hace unos dos años. El enemigo me
ha estorbado en toda forma posible para impedir que las almas
reciban la luz que Dios me ha dado para ellas. En primer lugar,
el caso de mi esposo nos causó tanta perplejidad y aflicción, que
yo no podía escribir. Luego, el desánimo que me causaron mis
hermanos me mantuvo en una condición de tristeza y zozobra que
me impidió hacer ninguna clase de trabajo. Cuando reanudamos
nuestros viajes, el verano pasado, empecé a escribir, pero hemos
viajado de lugar a lugar con tanta rapidez que apenas nos alcanzaba
el tiempo para asistir a las reuniones. Había mucho trabajo que
hacer. Practico el hábito de levantarme a las cuatro de la mañana
para dedicarme a escribir. Sin embargo, la labor constante bajo