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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
mían en el sepulcro. Procuramos recordar nuestras grandes pruebas,
pero nos parecían tan pequeñas comparadas con el más excelente y
eterno peso de gloria que ahora nos rodeaba, que nos fue imposible
hablar de esos acontecimientos, y sólo nos limitamos a exclamar.
“¡Aleluya! El precio que hemos pagado por el cielo ha sido esca-
so”, y tocamos nuestras arpas de oro e hicimos resonar las bóvedas
celestes.
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