Página 77 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Llamada a viajar
Relaté esta visión a los creyentes de Portland, quienes manifes-
taron completa confianza de que procedía de Dios. El Espíritu de
Dios acompañó el testimonio, y la solemnidad de la eternidad reposó
sobre nosotros. Se apoderó de mí un temor reverente indecible al ver
que yo, tan joven y débil, fuera elegida como instrumento mediante
el cual Dios impartiría luz a su pueblo. Mientras me encontraba
bajo el poder del Señor me sentía llena de gozo, y me parecía estar
rodeada por santos ángeles en las gloriosas cortes celestiales, donde
todo es paz y gozo. Fue un cambio triste y amargo despertar a las
realidades de la vida mortal.
En una segunda visión, que pronto siguió a la primera, se me
mostraron las pruebas por las que debía pasar, y se me dijo que
era mi deber ir a referir a otros lo que Dios me había revelado. Se
me mostró que mis labores despertarían gran oposición, y que el
corazón se me llenaría de angustia, pero que la gracia de Dios sería
suficiente para sostenerme. El contenido de esta visión me perturbó
en gran medida, porque señalaba como mi deber ir hacia el pueblo a
presentarle la verdad.
Tenía una salud tan mala que sufría constantemente de dolores
en el cuerpo, y según todas las apariencias, viviría sólo por un corto
tiempo. Tenía solamente 17 años de edad, era de baja estatura y
débil, no estaba acostumbrada al trato social, y era naturalmente tan
tímida y retraída que me resultaba penoso encontrarme con gente
desconocida. Oré fervorosamente durante varios días y hasta tarde en
la noche para que se quitara de mí esa obligación y fuera dada a otra
persona más capaz de soportarla. Pero la luz del deber no cambió, y
las palabras del ángel resonaban continuamente en mis oídos: “Da
a conocer a otros lo que te he revelado”. No podía reconciliarme
con la idea de ir hacia la gente, y temía hacer frente a sus burlas
y oposición. Tenía poca confianza en mí misma. Hasta entonces,
cuando el Espíritu de Dios me había urgido a cumplir mi deber,
me había elevado por encima de mí misma, olvidando todo temor
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