Página 79 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Llamada a viajar
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pero yo no asistí a ellas durante un tiempo, debido a la congoja que
me había sobrecogido. La carga que sobrellevaba se hizo más pesada
hasta que mi agonía de espíritu parecía más de lo que podía soportar.
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Finalmente me indujeron a asistir a una de las reuniones en mi
propio hogar. La iglesia presentó mi caso como un tema especial
de oración. Papá Pearson, quien en mi experiencia anterior se había
opuesto a las manifestaciones del poder de Dios sobre mí, ahora
oraba fervientemente por mí, y me aconsejaba someter mi voluntad
a la voluntad del Señor. Como un padre tierno procuró animarme y
consolarme, rogándome que creyera que no había sido abandonada
por el Amigo de los pecadores.
Me sentía demasiado débil y desalentada para llevar a cabo algún
esfuerzo especial por mí misma, pero en mi corazón me había unido a
las peticiones de mis amigos. Ahora me importaba poco la oposición
del mundo y me sentí dispuesta a llevar a cabo cualquier sacrificio
si solamente Dios me restablecía su favor. Mientras se oraba por mí,
las tinieblas se apartaron de mí y repentinamente me invadió la luz.
Me abandonaron mis fuerzas. Me parecía estar en presencia de los
ángeles. Uno de esos seres santos nuevamente repitió las palabras:
“Da a conocer a otros lo que te he revelado”.
Un gran temor que me oprimía era que si obedecía el llamamien-
to al deber, y si declaraba que yo era una favorecida del Altísimo
con visiones y revelaciones para la gente, podía ceder a la exalta-
ción pecaminosa y elevarme por encima de la posición que se me
había llamado a ocupar, con lo que acarrearía el desagrado de Dios
y perdería mi propia alma. Tenía ante mí varios casos como el que
he descrito aquí y mi corazón desfallecía ante la prueba que me
esperaba.
Ahora suplicaba que si debía ir y relatar lo que el Señor me
había mostrado, que fuera preservada de la tendencia a exaltarme
indebidamente. El ángel dijo: “Tus oraciones han sido escuchadas y
serán contestadas. Si te amenaza ese mal que tanto temes, la mano
de Dios se extenderá para salvarte; mediante la aflicción él te atraerá
hacia sí mismo y preservará tu humildad. Da fielmente el mensaje.
Permanece firme hasta el fin y comerás el fruto del árbol de la vida
y beberás del agua de la vida”.
Después de recuperar la conciencia de las cosas terrenas, me
entregué al Señor, lista para cumplir sus órdenes, cualesquiera que