Página 80 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

76
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
éstas fueran. Providencialmente se presentó la oportunidad de ir con
mi cuñado y mis hermanas a un pueblo denominado Polonia, a 45
kilómetros de mi hogar. Allí tuve ocasión de presentar mi testimonio.
Había tenido la garganta y los pulmones tan enfermos durante
tres meses, que apenas podía hablar con voz baja y ronca. En esa
[67]
ocasión me puse de pie durante la reunión y comencé a hablar en
un susurro. Continué en esa forma durante cinco minutos, después
de lo cual el dolor y la obstrucción desaparecieron de mi garganta y
mis pulmones, mi voz se tornó clara y fuerte y hablé con perfecta
facilidad y libertad durante casi dos horas. Cuando concluí mi men-
saje, perdí mi voz hasta cuando nuevamente me puse en pie delante
de la congregación y se llevó a cabo la misma restauración singular.
Sentí la seguridad constante de que estaba haciendo la voluntad de
Dios y mis esfuerzos produjeron resultados notables.
Se presentó la oportunidad providencial de viajar al sector este
del Estado de Maine. El Hno. William Jordan iba en viaje de ne-
gocios a Orrington, acompañado por su hermana, y me invitaron a
ir con ellos. Como había prometido al Señor ir por el camino que
él me señalara, no me atreví a negarme. En Orrington conocí al
pastor Jaime White. Conocía a mis amigos y él mismo se encontraba
dedicado a trabajar en la obra de salvación.
El Espíritu de Dios acompañó el mensaje que presenté; los cora-
zones se regocijaron en la verdad y los desanimados se alegraron y
se sintieron animados a renovar su fe. En la localidad de Garland se
reunió una numerosa multitud procedente de diferentes sectores para
escuchar el mensaje. Pero me encontraba sumamente preocupada
porque había recibido una carta de mi madre en la que me rogaba
que regresara al hogar, pues circulaban falsos informes respecto a
mí. Este fue un golpe inesperado. Mi nombre había estado siempre
libre de la sombra del reproche y mi reputación era algo que yo apre-
ciaba mucho. También me sentí afligida porque mi madre tenía que
sufrir por mí; amaba mucho a sus hijos y era muy sensible cuando
se trataba de ellos. Si hubiera tenido la oportunidad habría regresado
inmediatamente a casa, pero eso resultaba imposible.
Mi aflicción era tan grande que me sentí demasiado deprimida
para hablar esa noche. Mis amigos me instaron a que confiara en el
Señor y finalmente los hermanos se reunieron a orar por mí. Pronto
la bendición del Señor descansó sobre mí y di mi testimonio esa