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Joyas de los Testimonios 2
Si, en la providencia de Dios, somos llamados a soportar pruebas,
aceptemos la cruz, y bebamos la copa amarga, recordando que es la
mano de un Padre la que la ofrece a nuestros labios. Confiemos en
él, en las tinieblas como en la luz del día. ¿No podemos creer que
nos dará todo lo que fuere para nuestro bien? “El que aun a su propio
Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
dará también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
. Aun en la
noche de aflicción, ¿cómo podemos negarnos a elevar el corazón y la
voz en agradecida alabanza, cuando recordamos el amor a nosotros
expresado por la cruz del Calvario?
¡Qué tema de meditación nos resulta el sacrificio que hizo Jesús
por los pecadores perdidos! “Mas él herido fué por nuestras rebe-
liones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre
él; y por su llaga fuimos nosotros curados.”
Isaías 53:5
. ¿Cuánto
debemos estimar las bendiciones así puestas a nuestro alcance? ¿Po-
dría Jesús haber sufrido más? ¿Podría haber comprado para nosotros
más ricas bendiciones? ¿No debiera esto enternecer el corazón más
duro, cuando recordamos que por nuestra causa dejó la felicidad y la
gloria del cielo, y sufrió pobreza y vergüenza, cruel aflicción y una
muerte terrible? Si por su muerte y resurrección él no hubiese abierto
para nosotros la puerta de la esperanza, no habríamos conocido más
que los horrores de las tinieblas y las miserias de la desesperación.
En nuestro estado actual, favorecidos y bendecidos como nos ve-
mos, no podemos darnos cuenta de qué profundidades hemos sido
rescatados. No podemos medir cuánto más profundas habrían sido
nuestras aflicciones, cuánto mayores nuestras desgracias, si Jesús no
nos hubiese rodeado con su brazo humano de simpatía y amor, para
levantarnos.
Podemos regocijarnos en la esperanza. Nuestro Abogado está
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en el santuario celestial intercediendo por nosotros. Por sus méritos
tenemos perdón y paz. Murió para poder lavar nuestros pecados,
revestirnos de su justicia, y hacernos idóneos para la sociedad del
cielo, donde podremos morar para siempre en la luz.
Amado hermano, amada hermana, cuando Satanás quiera llenar
vuestra mente de abatimiento, lobreguez y duda, resistid sus suges-
tiones. Habladle de la sangre de Jesús, que limpia de todo pecado.
No podéis salvaros del poder del tentador; pero él tiembla y huye
cuando se insiste en los méritos de aquella preciosa sangre. ¿No