Página 110 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
uno tiene una batalla personal que pelear. Cada uno debe abrirse
paso entre luchas y desalientos. Los que se niegan a luchar, pierden
la fuerza y el gozo de la victoria.
Nadie, ni siquiera Dios, puede llevarnos al cielo a menos que
hagamos de nuestra parte el esfuerzo necesario. Debemos enriquecer
nuestra vida con rasgos de belleza. Debemos extirpar los rasgos
naturales desagradables que nos hacen diferentes de Jesús. Aunque
Dios obra en nosotros para querer y hacer su beneplácito, debemos
obrar en armonía con él. La religión de Cristo transforma el corazón.
Dota de ánimo celestial al hombre de ánimo mundanal. Bajo su
influencia, el egoísta se vuelve abnegado, porque tal es el carácter de
Cristo. El deshonesto y maquinador, se vuelve de tal manera íntegro,
que viene a ser su segunda naturaleza hacer a otros como quisiera
que otros hiciesen con él. El disoluto queda transformado de la
impureza a la pureza. Adquiere buenos hábitos porque el Evangelio
de Cristo llegó a ser para él un sabor de vida para vida.
Ahora, mientras dura el tiempo de gracia, no le incumbe a uno
pronunciar sentencia contra los demás, y considerarse un hombre
modelo. Cristo es nuestro modelo; imitadle, asentad vuestros pies en
sus pisadas. Podéis profesar seguir todo punto de la verdad presente,
pero a menos que practiquéis esas verdades, de nada os valdrá.
No hemos de condenar a los demás; tal no es nuestra obra, sino
que debemos amarnos unos a otros, y orar unos por otros. Cuando
vemos a uno apartarse de la verdad, podemos llorar por él como
Cristo lloró sobre Jerusalén. Veamos lo que dice nuestro Padre
celestial en su Palabra acerca de los que yerran: “Hermanos, si
alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
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restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti
mismo, porque tú no seas también tentado.” “Hermanos, si alguno
de entre vosotros ha errado de la verdad, y alguno le convirtiere,
sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su
camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados.”
Gálatas 6:1
;
Santiago 5:19, 20
. ¡Cuán grande es esta obra misionera!
¡Cuánto más parecida al carácter de Cristo que el hecho de que los
pobres mortales falibles estén siempre acusando y condenando a
aquellos que no alcanzan exactamente sus requisitos! Recordemos
que Jesús nos conoce individualmente, y se compadece de nuestras
flaquezas. Conoce las necesidades de cada una de sus criaturas, y