El casamiento con los incrédulos
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La razón deja caer las riendas del dominio propio sobre el cuello
de la concupiscencia, la pasión no santificada predomina, hasta que,
demasiado tarde, la víctima se despierta para vivir una vida de des-
dicha y servidumbre. Este no es un cuadro imaginario, sino un relato
de hechos ocurridos. Dios no sanciona las uniones que ha prohi-
bido expresamente. Durante años, he venido recibiendo cartas de
diferentes personas que habían contraído matrimonios infortunados,
y las historias repugnantes que me fueron presentadas bastan para
hacer doler el corazón. No es ciertamente cosa fácil decidir qué clase
de consejos se puede dar a estas personas desdichadas, ni cómo se
podría aliviar su condición, pero por lo menos su triste suerte debe
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servir de advertencia para otros.
En esta época del mundo, cuando las escenas de la historia terre-
nal están por clausurarse pronto, y estamos por entrar en el tiempo de
angustia como nunca lo hubo, cuantos menos sean los casamientos
contraídos, mejor para todos, tanto hombres como mujeres. Sobre
todo, cuando Satanás está trabajando con todo engaño de iniquidad
en aquellos que perecen, eviten los creyentes unirse con los incré-
dulos. Dios ha hablado. Todos los que le temen se someterán a sus
sabias recomendaciones. Nuestros sentimientos, impulsos y afectos
deben fluir hacia el cielo, no hacia la tierra, en el vil y bajo cauce de
los pensamientos y las complacencias sensuales. Ahora es tiempo
de que cada alma esté como a la vista del Dios-que escudriña los
corazones.
Amada hermana mía, como discípula de Jesús, Vd. debe indagar
cuál será la influencia del paso que está por dar, no sólo sobre sí mis-
ma, sino sobre otros. Los que siguen a Cristo han de colaborar con
su Maestro; deben ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin
culpa en medio de la nación maligna y perversa—dice Pablo,—entre
los cuales resplandecéis como luminares en el mundo.”
Filipenses
2:15
. Hemos de recibir los brillantes rayos del Sol de Justicia, y por
nuestras buenas obras debemos dejarlos resplandecer sobre otros,
como claros y constantes reflejos, que nunca vacilan ni se empañan.
No podemos estar seguros de que no estamos perjudicando a quienes
nos rodean, a menos que estemos ejerciendo una influencia positiva
que los conduzca hacia el cielo.
“Sois mis testigos” dijo Jesús, y en cada acto de nuestra vida
debemos preguntar: ¿Cómo afectará nuestra conducta los intereses