Página 149 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La iglesia es la luz del mund
El Señor llamó a su pueblo Israel, y lo separó del mundo, a fin
de confiarle un cometido sagrado. Lo hizo depositario de su ley, y
quiso por su medio conservar entre los hombres el conocimiento de
sí mismo. Por este pueblo, la luz del cielo había de resplandecer en
los lugares obscuros de la tierra, y había de oírse una voz llamando
a todos los pueblos a apartarse de su idolatría para servir al Dios vi-
viente y verdadero. Si los hebreos hubiesen sido fieles a su cometido,
habrían sido una potencia en el mundo. Dios habría sido su defensa,
y los habría ensalzado sobre todas las demás naciones. Su luz y su
verdad habrían sido reveladas por su medio, y se habrían destacado
bajo su sabia y santa dirección como ejemplo de la superioridad de
su gobierno sobre toda forma de idolatría.
Pero ellos no cumplieron su pacto con Dios. Siguieron las prác-
ticas idólatras de otras naciones, y en vez de dar al nombre de su
Creador alabanza en la tierra, su conducta lo expuso al desprecio
de los paganos. Sin embargo, el propósito de Dios debe lograrse.
El conocimiento de su voluntad debe difundirse en la tierra. Dios
trajo la mano del opresor sobre su pueblo, y lo dispersó cautivo entre
las naciones. Bajo la aflicción, muchos de ellos se arrepintieron de
sus transgresiones y buscaron al Señor. Dispersos en las tierras de
los paganos, difundieron el conocimiento del verdadero Dios. Los
principios de la ley divina entraron en conflicto con las costumbres
y prácticas de las naciones. Los idólatras trataron de aplastar la
verdadera fe. En su providencia, el Señor puso a sus siervos, Daniel,
Nehemías, Esdras, frente a frente con reyes y gobernantes, para que
esos idólatras tuviesen oportunidad de recibir la luz. Así la obra que
Dios había dado a su pueblo para que la hiciese en la prosperidad,
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en sus propios confines, pero que había sido descuidada por su infi-
delidad, fué hecha por ellos en el cautiverio, bajo grandes pruebas y
molestias.
Testimonios para la Iglesia 5:454-467 (1885)
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