Página 150 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al
antiguo Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la
poderosa hacha de la verdad—los mensajes de los ángeles primero,
segundo y tercero,—la ha separado de las iglesias y del mundo para
colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria
de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para
este tiempo. Como los santos oráculos confiados al antiguo Israel,
son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo. Los
tres ángeles de
Apocalipsis 14
representan a aquellos que aceptan
la luz de los mensajes de Dios, y salen como agentes suyos para
pregonar las amonestaciones por toda la anchura y longitud de la
tierra. Cristo declara a los que le siguen: “Sois la luz del mundo.”
Mateo 5:14
. A toda alma que acepta a Jesús, la cruz del Calvario
dice: “He aquí el valor de un alma. ‘Id por todo el mundo; predicad
el evangelio a toda criatura.’”
Marcos 16:15
. No se ha de permitir
que nada estorbe esta obra. Es una obra de suma importancia para
este tiempo; y ha de ser tan abarcante como la eternidad. El amor
que Jesús manifestó por las almas de los hombres en el sacrificio
que hizo por su redención, impulsará a todos los que le sigan.
Pero muy pocos de aquellos que han recibido la luz están hacien-
do la obra confiada a sus manos. Hay algunos hombres de fidelidad
inquebrantable que no buscan la comodidad, la conveniencia ni la
vida misma, que van penetrando doquiera vean la oportunidad de
presentar la luz de la verdad y vindicar la santa ley de Dios. Pero los
pecados que dominan al mundo han penetrado en las iglesias, y en
el corazón de aquellos que aseveran ser el pueblo peculiar de Dios.
Muchos de los que han recibido la luz ejercen una influencia que
tiende a calmar los temores de los mundanos y religiosos formales.
Hay amadores del mundo aun entre aquellos que profesan espe-
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rar al Señor. Hay ambición de riquezas y honores. Cristo describe
a esa clase cuando declara que el día de Dios ha de venir como un
lazo sobre todos aquellos que moran en la tierra. Este mundo es su
hogar. Se dedican a conseguir tesoros terrenales. Erigen costosas
viviendas con todas las comodidades; hallan placer en los vestidos y
en la satisfacción del apetito. Las cosas del mundo son sus ídolos.
Los tales se interponen entre el alma y Cristo, y ven tan sólo en
forma débil y empañada las solemnes y tremendas realidades que
nos apremian. La misma desobediencia y el fracaso que se vieron en