Josué y el ánge
Si el velo que separa el mundo visible del invisible pudiese al-
zarse, y los hijos de Dios pudiesen contemplar la gran controversia
que se riñe entre Cristo y los ángeles santos y Satanás y sus hues-
tes perversas a propósito de la redención del hombre; si pudiesen
comprender la admirable obra de Dios para rescatar las almas de la
servidumbre del pecado, y el constante ejercicio de su poder para
protegerlas de la malicia del maligno, estarían mejor preparados para
resistir los designios de Satanás. Su mente se llenaría de solemnidad
en vista de la vasta extensión e importancia del plan de la redención
y la magnitud de la obra que tienen delante de sí como colaboradores
de Cristo. Quedarían humillados aunque estimulados, sabiendo que
todo el cielo se interesa en su salvación.
En la profecía de Zacarías se nos da una muy vigorosa e impre-
sionante ilustración de la obra de Satanás y de la de Cristo, y del
poder de nuestro Mediador para vencer al acusador de su pueblo.
En santa visión, el profeta contempla a Josué, el sumo sacerdote,
“vestido de vestimentas viles,” de pie “delante del ángel” (
Zacarías
3:3
), suplicando la misericordia de Dios en favor de su pueblo pro-
fundamente afligido. Satanás está a su diestra para resistirle. Por
haber sido elegido Israel para conservar el conocimiento de Dios en
la tierra, había sido, desde el mismo principio de su existencia como
nación, el objeto especial de la enemistad de Satanás, y éste se había
propuesto causar su destrucción. No podía hacerles daño mientras
los hijos de Israel fueran obedientes a Dios; por lo tanto había de-
dicado todo su poder y astucia a inducirlos a pecar. Seducidos por
sus tentaciones, habían transgredido la ley de Dios y, habiéndose
separado así de la Fuente de su fuerza, se les había dejado caer presa
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de sus enemigos paganos. Fueron llevados en cautiverio a Babilonia,
y permanecieron allí muchos años. Sin embargo, el Señor no los
abandonó. Les envió sus profetas con reproches y amonestaciones.
El pueblo despertó, vió su culpabilidad, se humilló delante de Dios,
Testimonios para la Iglesia 5:467-476 (1885)
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