Página 186 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
para que Dios honre la reunión con su presencia y dé poder a su
verdad proclamada por los labios humanos.
Cuando se abre la reunión con oración, cada rodilla debe do-
blegarse en la presencia del Santo y cada corazón debe elevarse a
Dios en silenciosa devoción. Las oraciones de los adoradores fieles
serán oídas y el ministerio de la palabra resultará eficaz. La actitud
inerte de los adoradores en la casa de Dios es un importante motivo
de que el ministerio no produce mayor bien. La melodía del canto,
exhalada de muchos corazones en forma clara y distinta, es uno de
los instrumentos de Dios en la obra de salvar almas. Todo el servicio
debe ser dirigido con solemnidad y reverencia, como si fuese en la
visible presencia del Maestro de las asambleas.
Cuando se habla la palabra, debéis recordar, hermanos, que estáis
escuchando la voz de Dios por medio del siervo que es su delegado.
Escuchad atentamente. No durmáis por un instante, porque el sueño
podría haceros perder las palabras que más necesitáis,—las palabras
que, si las escucharais, salvarían vuestros pies de desviarse por sen-
das equivocadas. Satanás y sus ángeles están atareados creando una
condición de parálisis de los sentidos, para que las recomendaciones,
amonestaciones y reproches no sean oídos; y para que, si llegan
a oírse, no produzcan efecto en el corazón ni reformen la vida. A
veces un niñito puede atraer de tal manera la atención de los oyentes
que la preciosa semilla no caiga en buen terreno ni lleve fruto. Al-
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gunas veces los jóvenes tienen tan poca reverencia por la casa y el
culto de Dios, que sostienen continua comunicación unos con otros
durante el sermón. Si pudiesen ver a los ángeles de Dios que los
miran y toman nota de sus acciones, se llenarían de vergüenza y se
aborrecerían a sí mismos. Dios quiere oyentes atentos. Era mientras
los hombres dormían cuando Satanás sembró la cizaña.
Después del culto
Cuando se pronuncia la oración de despedida, todos deben per-
manecer quietos, como si temiesen perder la paz de Cristo. Salgan
todos sin desorden ni conversación, sintiendo que están en la pre-
sencia de Dios, que su ojo descansa sobre ellos y que deben obrar
como si estuviesen en su presencia visible. Nadie se detenga en los
pasillos para conversar o charlar, cerrando así el paso a los demás.