Página 187 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La conducta en la casa de Dios
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Las dependencias de las iglesias deben ser investidas con sagrada
reverencia. No debe hacerse de ellas un lugar donde encontrarse con
antiguos amigos, y conversar e introducir pensamientos comunes
y negocios mundanales. Estas cosas deben ser dejadas fuera de la
iglesia. Dios y los ángeles han sido deshonrados por la risa ruidosa
y negligente, y el ruido que se oye en algunos lugares.
Padres, elevad la norma del cristianismo en la mente de vuestros
hijos; ayudadles a entretejer a Jesús en su experiencia; enseñadles
a tener la más alta reverencia por la casa de Dios y a comprender
que cuando entran en la casa del Señor deben hacerlo con corazón
enternecido y subyugado por pensamientos como éstos: “Dios está
aquí; ésta es su casa. Debo tener pensamientos puros y los más santos
motivos. No debo abrigar orgullo, envidias, celos, malas sospechas,
odios ni engaño en mi corazón; porque vengo a la presencia del
Dios santo. Este es el lugar donde Dios se encuentra con su pueblo
y lo bendice. El Santo y Sublime, que habita la eternidad, me mira,
escudriña mi corazón, y lee los pensamientos y los actos más secretos
de mi vida.”
[197]
Responsabilidad de los padres
Hermanos, ¿no queréis dedicar un poco de reflexión a este te-
ma, y notar cómo os conducís en la casa de Dios, y qué esfuerzos
estáis haciendo por precepto y ejemplo para cultivar la reverencia en
vuestros hijos? Imponéis grandes responsabilidades al predicador y
le hacéis responsable de las almas de vuestros hijos, pero no sentís
vuestra propia responsabilidad como padres e instructores ni obráis
como Abrahán en cuanto a ordenar vuestra casa después de vosotros,
para que guarden los estatutos del Señor. Vuestros hijos e hijas se
corrompen por vuestro ejemplo y preceptos relajados; y no obstante
esta falta de preparación doméstica, esperáis que el ministro contra-
rreste vuestra obra diaria y cumpla la admirable hazaña de educar
sus corazones y sus vidas en la virtud y la piedad. Después que
el predicador ha hecho todo lo que puede para la iglesia mediante
amonestación fiel y afectuosa, disciplina paciente y ferviente oración
para rescatar y salvar el alma, y no tiene, sin embargo, éxito, los
padres y las madres con frecuencia le echan la culpa de que sus hijos
no se conviertan, cuando puede deberse a su propia negligencia.