Página 191 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La conducta en la casa de Dios
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concibieron antes. No rebajarán al nivel de lo común nada de lo que
pertenece al servicio y al culto de Dios.
El aseo y el refinamiento en la conducta
Con frecuencia me apena, al entrar en la casa donde se adora a
Dios, ver las ropas desaseadas de hombres y mujeres. Si el atavío
exterior fuese indicio del corazón y carácter, no habría por cierto
nada celestial en ellos. No tienen verdadera idea del orden, el aseo
y el comportamiento refinado que Dios requiere de todos los que
se allegan a su presencia para adorarle. ¿Qué impresiones dejan
estas cosas en los incrédulos y en los jóvenes, que son avizores para
discernir y sacar sus conclusiones?
En la mente de muchos, no hay más pensamientos sagrados rela-
cionados con la casa de Dios que con el lugar más común. Algunos
entran en el local de culto con el sombrero puesto y ropas sucias.
Los tales no se dan cuenta de que han de encontrarse con Dios y
los santos ángeles. Debe haber un cambio radical al respecto en
todas nuestras iglesias. Los predicadores mismos necesitan elevar
sus ideas, tener una susceptibilidad más delicada al respecto. Es una
característica de la obra que ha sido tristemente descuidada. A causa
de la irreverencia en la actitud, la indumentaria y el comportamiento,
por falta de una disposición a adorarle, Dios ha apartado con fre-
cuencia su rostro de aquellos que se habían congregado para rendirle
culto.
Debe enseñarse a todos a ser aseados, limpios y ordenados en
su indumentaria, pero sin dedicarse a los adornos exteriores que
son completamente impropios para el santuario. No debe haber
ostentación de trajes; porque esto estimula la irreverencia. Con
frecuencia la atención de la gente queda atraída por ésta o aquella
hermosa prenda, y así se infiltran pensamientos que no debieran
tener cabida en el corazón de los adoradores. Dios ha de ser el tema
del pensamiento y el objeto del culto; y cualquier cosa que distraiga
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la mente del servicio solemne y sagrado le ofende. La ostentación
de cintas y moños, frunces y plumas, y adornos de oro y plata, es
una especie de idolatría, y resulta completamente impropia para
el sagrado servicio de Dios, donde cada adorador debe procurar
sinceramente glorificarle.