La educación de los obreros
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celo, la pureza, la abnegación y el trabajo diligente de los ministros.
Un espíritu misionero activo debe caracterizar a cada uno de sus
miembros. Deben tener piedad más profunda, una fe más fuerte
y opiniones más amplias. Deben hacer una obra más cabal en el
esfuerzo personal. Lo que necesitamos es una religión viva. Una
sola persona que tenga amplios conceptos del deber, cuya alma esté
en comunión con Dios, y que esté llena de celo por Cristo, ejercerá
una poderosa influencia para el bien. No beberá en una corriente
baja, turbia o corrompida, sino en las aguas puras y excelsas de la
Fuente principal, y podrá comunicar nueva vida y poder a la iglesia.
Dios puede dar victorias
A medida que aumente la presión del exterior, Dios quiere que
su iglesia sea vivificada por las verdades sagradas y solemnes que
cree. El Santo Espíritu del cielo, obrando con los hijos y las hijas de
Dios, superará obstáculos y retendrá el terreno ventajoso contra el
enemigo. Dios tiene grandes victorias en reserva para sus hijos que
amen la verdad y guarden sus mandamientos. Los campos están ya
blanqueando para la siega. Tenemos luz y ricos y gloriosos dones
del cielo en la verdad preparada para nuestras manos; pero no se
han educado y disciplinado hombres y mujeres para trabajar en los
campos que están madurando rápidamente.
Dios sabe con qué fidelidad y espíritu de consagración cumple
cada uno su misión. No hay lugar para los perezosos en esta gran
obra—no hay lugar para los que traten de complacerse a sí mismos,
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o que sean incapaces de tener éxito en ninguna vocación de la
vida,—ningún lugar para hombres tibios, que no sean fervientes de
espíritu, dispuestos a soportar penurias, oposición, oprobio o aun
la muerte por amor de Cristo. El ministerio cristiano no es lugar
para los zánganos. Hay una clase de hombres que intentan predicar,
que son negligentes, descuidados e irreverentes. Sería mejor que
cultivasen el suelo en vez de enseñar la sagrada verdad de Dios.
Pronto los jóvenes deberán llevar las cargas que han soportado
los ancianos. Hemos perdido el tiempo al descuidar de traer a hom-
bres jóvenes al frente, y darles una educación más elevada y sólida.
La obra está progresando constantemente y debemos obedecer la
orden: “¡Id adelante!” Mucho bien podría hacer la juventud que está