La apariencia del mal
219
Evítese la alabanza y adulación
Quedo apenada cuando veo a ciertos hombres alabados, adulados
y mimados. Dios me ha revelado que algunos de los que reciben estas
atenciones son indignos de pronunciar su nombre. Sin embargo, son
ensalzados hasta el cielo en la estima de algunos seres finitos, que
leen tan sólo la apariencia externa. Hermanas mías, nunca miméis
ni aduléis a pobres hombres falibles y sujetos a yerros, sean jóvenes
o ancianos, casados o solteros. No conocéis sus debilidades, y no
sabéis si estas mismas atenciones y profusas alabanzas no han de
provocar su ruina. Me alarma la cortedad de visión, la falta de
sabiduría que muchos manifiestan al respecto.
Los hombres que están haciendo la obra de Dios, y que tienen
[237]
a Cristo morando en su corazón, no rebajarán la norma de la mo-
ralidad, sino que tratarán siempre de elevarla. No hallarán placer
en la adulación de las mujeres, ni en ser mimados por ellas. Digan
los hombres, tanto solteros como casados: “Guardemos distancia.
Nunca daré la menor ocasión para que mi buen nombre sea vilipen-
diado. Mi buen nombre es capital de mucho más valor para mí que
el oro o la plata. Déjenme conservarlo sin mancha. Si los hombres
atacan ese nombre, no será porque les haya dado ocasión de hacerlo,
sino por la misma razón por la cual hablaron mal de Cristo, a saber,
porque odiaban la pureza y santidad de su carácter; porque les era
una constante reprensión.”
Quisiera poder inculcar en cada obrero de la causa de Dios la
gran necesidad de orar continua y fervientemente. No pueden estar
constantemente de rodillas, pero pueden elevar su corazón a Dios.
Así es como Enoc andaba con Dios. Sed cuidadosos, no sea que la
suficiencia propia os embargue, os separéis de Jesús y obréis por
vuestra propia fuerza más bien que por el espíritu y la fuerza del
Maestro. No desperdiciéis los momentos áureos en conversaciones
frívolas. Cuando volvéis de hacer obra misionera, no os alabéis
a vosotros mismos; antes bien ensalzad a Jesús; alzad la cruz del
Calvario.
No permitáis que nadie os alabe o adule, ni se aferre a vues-
tra mano como si le costase dejarla. Temed tales demostraciones.
Cuando mujeres jóvenes o aun casadas manifiestan una disposición
a revelaros sus secretos de familia, desconfiad. Cuando expresan