El amor por los que yerra
Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la
cruz del Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mun-
do perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruísta, su
humillación, sobre todo la ofrenda de su vida, atestiguan la profun-
didad de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y
salvar a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores: de
todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para rescatarlos
a todos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen con él. Los que
más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus
labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más nece-
sitaban la salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores
eran sus necesidades de reforma, más profundo era el interés de él,
mayor su simpatía, y más fervientes sus labores. Su gran corazón
lleno de amor se conmovió hasta sus profundidades en favor de
aquellos cuya condición era más desesperada, de aquellos que más
necesitaban su gracia transformadora.
En la parábola de la oveja perdida se representa el maravilloso
amor de Cristo por los que yerran, los vagabundos. No prefiere
quedar con aquellos que aceptan su salvación, otorgándoles todos
sus esfuerzos y recibiendo su gratitud y amor. El verdadero pastor
abandona el rebaño que le ama, y va al desierto, soporta penurias
y arrostra peligros y muerte, a fin de buscar y salvar la oveja que
se extravió del redil, y que va a perecer si no se la trae de vuelta.
Cuando después de diligente búsqueda halla a la oveja perdida,
el pastor, aunque cansado, dolorido y hambriento, no deja que esa
oveja débil le siga ni la arrea, sino que la recoge en sus brazos, y
poniéndola sobre sus hombros, la lleva al redil. Luego invita a sus
vecinos a regocijarse con él por haber recobrado la oveja perdida.
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La parábola del hijo pródigo y la de la dracma perdida, enseñan
la misma lección. Cada alma que está especialmente en peligro por
haber caído en la tentación causa pena al corazón de Cristo, y obtiene
Testimonios para la Iglesia 5:603-613 (1889)
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