Página 236 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
presencia divina, y en vez de espaciarse en las faltas y errores de los
demás, deben escudriñar diligentemente su propio corazón. Si tenéis
que confesar vuestros propios pecados, cumplid con vuestro deber,
y dejad a los demás hacer el suyo.
Cuando seguís vuestra propia dureza de carácter y manifestáis
un espíritu rudo e insensible, estáis repeliendo a los mismos que
debierais ganar. Vuestra dureza destruye su amor por la congrega-
ción, y con demasiada frecuencia termina por ahuyentarlos de la
verdad. Debierais daros cuenta de que vosotros mismos estáis bajo la
reprensión de Dios. Mientras condenáis a otros, el Señor os condena
a vosotros. Debéis confesar vuestra conducta anticristiana. Obre el
Señor en el corazón de cada miembro de la iglesia, hasta que su
gracia transformadora se revele en la vida y el carácter. Entonces,
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cuando os congreguéis, no será para criticaros unos a otros, sino
para hablar de Jesús y su amor.
Nuestras reuniones deben hacerse intensamente interesantes. De-
ben estar impregnadas por la misma atmósfera del cielo. No haya
discursos largos y áridos ni oraciones formales simplemente para
ocupar el tiempo. Todos deben estar listos para hacer su parte con
prontitud, y cuando han cumplido su deber la reunión debe clausu-
rarse. Así el interés será mantenido hasta el final. Esto es ofrecer a
Dios un culto aceptable. Su servicio debe ser hecho interesante y
atrayente, y no dejarse que degenere en una forma árida. Debemos
vivir por Cristo minuto tras minuto, hora tras hora y día tras día.
Entonces Cristo morará en nosotros, y cuando nos reunamos, su
amor estará en nuestro corazón, y al brotar como un manantial en el
desierto, refrescará a todos y dará a los que están por perecer avidez
por beber las aguas de vida.
No debemos depender de dos o tres miembros para hacer la
obra de toda la iglesia. Deberíamos tener individualmente una fe
fuerte y activa, llevando a cabo la obra que Dios nos ha dejado para
hacer. Debe haber un interés vivo e intenso por inquirir de Dios:
“¿Qué quieres que haga? ¿Cómo haré mi obra para este tiempo
y la eternidad?” Debemos dedicar individualmente todas nuestras
facultades a buscar la verdad y emplear todos los medios asequibles
que nos ayuden en una investigación diligente y con oración de las
Escrituras; luego debemos ser santificados, a fin de salvar almas.