Página 237 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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El amor por los que yerran
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Debe hacerse en cada iglesia un ferviente esfuerzo para desechar
la maledicencia y el espíritu de censura, como algunos de los peca-
dos que producen los mayores males en la iglesia. La severidad y
las críticas deben ser reprendidas como obras de Satanás. La con-
fianza y el amor mutuo deben ser estimulados y fortalecidos en los
miembros de la iglesia. Cierren todos, por temor de Dios y amor
a sus hermanos, los oídos a los chismes y las censuras. Señalad al
que lleva chismes las enseñanzas de la Palabra de Dios. Invitadle a
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obedecer las Escrituras y a llevar sus quejas directamente a aquellos
a quienes cree en el error. Esta acción unida comunicaría un raudal
de luz a la iglesia, y cerraría la puerta a un torrente de mal. Así
quedaría Dios glorificado y muchas almas se salvarían.
La amonestación del Testigo fiel a la iglesia de Sardis es: “Tie-
nes nombre que vives, y estás muerto. Sé vigilante y confirma las
otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras
perfectas delante de Dios. Acuérdate pues de lo que has recibido y
has oído, y guárdalo, y arrepiéntete.”
Apocalipsis 3:1-3
. El pecado
especialmente imputado a esa iglesia es que sus miembros no habían
fortalecido las cosas que quedaban, que estaban por perecer. ¿Se
aplica esta amonestación a nosotros? Examinemos individualmente
nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y sea nuestra primera
obra poner nuestro corazón en orden por la ayuda de Cristo.
Dios ha hecho su parte en la obra de salvar a los hombres, y
ahora pide la cooperación de la iglesia. Allí está la sangre de Cristo,
la Palabra de verdad, el Espíritu Santo, por un lado, y por el otro las
almas que perecen. Cada uno de los que siguen a Cristo tiene que
hacer una parte para inducir a los hombres a aceptar las bendiciones
que el cielo ha provisto. Examinémonos detenidamente a nosotros
mismos y veamos si hemos hecho esta obra. Indaguemos nuestros
motivos y cada acción de nuestra vida. ¿No hay muchos cuadros
desagradables grabados en la memoria? Con frecuencia habéis ne-
cesitado el perdón de Jesús. Habéis dependido constantemente de su
compasión y amor. Sin embargo, ¿no habéis dejado de manifestar
hacia otros el espíritu que Cristo manifestó hacia vosotros? ¿Habéis
sentido preocupación por aquel a quien visteis aventurarse por sen-
das prohibidas? ¿Le habéis amonestado bondadosamente? ¿Habéis
llorado y orado por él y con él? ¿Habéis demostrado por vuestras
palabras de ternura y actos bondadosos que le amabais y deseabais