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Joyas de los Testimonios 2
menos que exclamar con el apóstol: “¡Gracias a Dios por su don
inefable!”
1 Corintios 2:9
;
2 Corintios 9:15
.
Reflejemos la gloria de Dios
Así como el plan de la redención comienza y termina con un
don, así debe ser llevado a cabo. El mismo espíritu de sacrificio
que compró la salvación para nosotros, morará en el corazón de
aquellos que lleguen a participar del don celestial. Dice el apóstol
Pedro: “Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los
otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios.”
1 Pedro 4:10
. Dijo Jesús a sus discípulos al enviarlos: “De gracia
recibisteis, dad de gracia.”
Mateo 10:8
. En aquel que simpatice
plenamente con Cristo, no habrá egoísmo ni exclusivismo. El que
beba del agua viva hallará que “será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna.”
Juan 4:14
. El Espíritu de Cristo es en él
como un manantial que brota en el desierto y fluye para refrigerar a
todos, y hacer que los que están por perecer deseen beber del agua
de la vida. Fué el mismo espíritu de amor y abnegación que había
en Cristo el que impulsó al apóstol Pablo en sus múltiples labores.
“A Griegos y a bárbaros, a sabios y a no sabios—dijo—soy deudor.”
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, es
dada esta gracia de anunciar entre los Gentiles el evangelio de las
inescrutables riquezas de Cristo.”
Romanos 1:14
;
Efesios 3:8
.
Nuestro Señor quiso que su iglesia reflejase al mundo la plenitud
y suficiencia que hallamos en él. Constantemente estamos recibiendo
de la bondad de Dios, y al impartir de la misma hemos de representar
al mundo el amor y la beneficencia de Cristo. Mientras todo el
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cielo está en agitación, enviando mensajeros a todas las partes de la
tierra para llevar adelante la obra de redención, la iglesia del Dios
viviente debe colaborar también con Cristo. Somos miembros de
su cuerpo místico. El es la cabeza, que rige todos los miembros del
cuerpo. Jesús mismo, en su misericordia infinita, está obrando en los
corazones humanos, efectuando transformaciones espirituales tan
asombrosas que los ángeles las miran con asombro y gozo. El mismo
amor abnegado que caracteriza al Maestro se ve en el carácter y la
vida de sus discípulos. Cristo espera de los hombres que participen
de su naturaleza divina, mientras están en este mundo, de modo que