El cuidado de Dios por su obra
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a una hueste sobre el monte de Sión con el Cordero, llevando, en
vez de la marca de la bestia, “el nombre de su Padre escrito en sus
frentes.” Y también vió a “los que habían alcanzado la victoria de la
bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre,
estar sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas de Dios” (
Apocalipsis
1:13
;
14:1
;
15:2
), y cantando el himno de Moisés y del Cordero.
Estas lecciones son para nuestro beneficio. Necesitamos afirmar
nuestra fe en Dios; porque está por sobrecogernos un tiempo que
probará las almas de los hombres. Sobre el monte de las Olivas,
Cristo explicó los temibles juicios que habrían de preceder a su
segunda venida: “Oiréis guerras, y rumores de guerras.” “Porque se
levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pesti-
lencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas estas cosas,
principio de dolores.”
Mateo 24:6-8
. Aunque estas profecías se cum-
plieron parcialmente con la destrucción de Jerusalén, se aplican más
directamente a los postreros días.
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Estamos en el mismo umbral de acontecimientos grandes y so-
lemnes. La profecía se está cumpliendo rápidamente. El Señor está
a la puerta. Pronto ha de empezar un período de interés abrumador
para todos los vivientes. Las controversias pasadas han de revivir
y surgirán otras nuevas. Nadie sueña siquiera en las escenas que
han de producirse en nuestro mundo. Satanás está trabajando por
medios humanos. Los que están haciendo un esfuerzo para cambiar
la constitución y obtener una ley que imponga la observancia del
domingo, no se dan cuenta de lo que será el resultado. Una crisis
está por sobrecogernos.
En el umbral de eventos solemnes
Pero los siervos de Dios no han de confiar en sí mismos en
esta gran emergencia. En las visiones dadas a Isaías, a Ezequiel
y a Juan, vemos cuán íntimamente está relacionado el cielo con
los acontecimientos que suceden en la tierra, y cuán grande es el
cuidado de Dios para con los que son leales. El mundo no está sin
gobernante. El programa de los acontecimientos venideros está en
las manos del Señor. La Majestad del cielo tiene a su cargo el destino
de las naciones, como también lo que concierne a su iglesia.