Página 367 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Las mujeres como obreras evangélicas
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Las personas que trabajan con más éxito son aquellas que asumen
alegremente la obra de servir a Dios en las cosas pequeñas. Cada ser
humano debe trabajar con el hilo de su vida, entretejiéndolo con la
trama para completar el modelo.
La obra de Cristo consistió mayormente en entrevistas persona-
les. Tenía una fiel consideración por el auditorio de una sola alma.
Por esta sola alma, el conocimiento recibido era comunicado a mi-
llares.
Aprendan a ayudar a otras
Debemos enseñar a las personas jóvenes a ayudar a la juventud;
y mientras tratan de hacer esta obra, adquirirán una experiencia
que las calificará para trabajar en forma consagrada en una esfera
más amplia. Millares de corazones pueden ser alcanzados de esta
manera muy sencilla y humilde. Los más intelectuales, aquellos
que son considerados y alabados como los hombres y mujeres más
talentosos del mundo, quedan con frecuencia refrigerados por las
sencillas palabras que fluyen de un corazón que ama a Dios y que
puede hablar de ese amor con tanta naturalidad como los mundanos
hablan de las cosas que su mente contempla y recibe como alimento.
Con frecuencia las palabras bien preparadas y estudiadas tienen poca
influencia. Pero las palabras veraces y sinceras de un hijo o una hija
de Dios, dichas con sencillez natural, abrirán la puerta de corazones
que habían estado durante mucho tiempo cerrados.
Los gemidos que causa el pesar del mundo se oyen en todo nues-
tro derredor. El pecado nos apremia con su sombra, y nuestra mente
debe estar lista para toda buena palabra y obra. Sabemos que posee-
mos la presencia de Jesús. La dulce influencia del Espíritu Santo
está enseñando y guiando nuestros pensamientos para inducirnos a
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hablar palabras que alegren la senda de otros. Si pudiésemos hablar
con frecuencia a nuestras hermanas para que, en vez de decirles:
“Id,” pudiéramos inducirlas a hacer como quisiéramos hacer, sentir
como quisiéramos sentir, iríamos apreciando más y más el valor del
alma humana. Debemos aprender, a fin de enseñar. Este pensamiento
debe grabarse en la mente de todo miembro de la iglesia.
Creemos plenamente en la organización de la iglesia; pero ésta
no tiene por fin prescribir la manera exacta en la cual debemos traba-