Página 42 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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¿Robará el hombre a Dios?
El Señor ha ordenado que la difusión de la luz y la verdad en
la tierra dependan de los esfuerzos voluntarios y las ofrendas de
aquellos que han participado de los dones celestiales. Son compa-
rativamente pocos los llamados a viajar como ministros o como
misioneros, pero multitudes han de cooperar con sus recursos en la
difusión de la verdad.
La historia de Ananías y Safira nos es dada para que podamos
comprender el pecado del engaño en relación con nuestros donativos
y ofrendas. Ellos habían prometido voluntariamente dar una porción
de su propiedad para el adelantamiento de la causa de Cristo; pero,
cuando tuvieron los recursos en sus manos, se negaron a cumplir
aquella obligación aunque deseaban al mismo tiempo aparentar que
lo habían dado todo. Recibieron un castigo ejemplar para que sirvie-
se de advertencia perpetua a los cristianos de todas las épocas. El
mismo pecado prevalece terriblemente en la actualidad, aunque no
oímos hablar de tan señalados castigos. El Señor muestra una vez a
los hombres cuánto aborrece la violación de sus requerimientos sa-
grados y su dignidad, y luego los deja seguir los principios generales
de la administración divina.
Las ofrendas voluntarias y el diezmo constituyen la renta del
Evangelio. Dios pide cierta porción de los recursos confiados al
hombre: un diezmo; pero deja a todos libres para decir cuánto es el
diezmo, y si ellos quieren o no dar más que esto. Han de dar según se
proponen en su corazón. Pero cuando el corazón está conmovido por
la influencia del Espíritu Santo, y se ha hecho un voto de dar cierta
cantidad, el que hizo el voto ya no tiene derecho sobre la porción
consagrada. Hizo su promesa delante de los hombres, y ellos son
llamados a atestiguar la transacción. Al mismo tiempo incurrió él en
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una obligación del carácter más sagrado para cooperar con el Señor
en la edificación de su reino en la tierra. Una promesa así hecha a
los hombres sería considerada ineludible? ¿No son más sagradas
Testimonios para la Iglesia 5:148-152 (1882)
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