El designio de Dios para nuestros sanatorios
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y las muchas oraciones ofrecidas en favor de los enfermos, hacen
una impresión en su corazón. Muchos que nunca pensaban antes
en el valor del alma quedan convencidos por el Espíritu de Dios,
y no pocos son inducidos a cambiar todo el curso de su vida. En
muchos que estaban satisfechos de sí mismos, que pensaban que su
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norma de carácter era suficiente y no habían sentido la necesidad
de la justicia de Cristo, se harán impresiones que nunca se borrarán.
Cuando llegue la prueba futura, cuando sean iluminados, no pocos
de éstos se unirán con el pueblo remanente de Dios.
Dios es honrado por instituciones dirigidas de esta manera. En
su misericordia, ha hecho de los sanatorios un poder tal para el
alivio de los sufrimientos físicos, que millares han sido atraídos
a ellos para ser curados de sus enfermedades. Y en muchos, la
sanidad física va acompañada de la curación del alma. Reciben del
Salvador el perdón de sus pecados. Reciben la gracia de Cristo, y
se identifican con él, con sus intereses y su honor. Muchos salen de
nuestros sanatorios con corazones nuevos. El cambio es decidido.
Volviendo a sus hogares, son como luces en el mundo. El Señor
los hace testigos suyos. Su testimonio es: “He visto su grandeza,
he probado su bondad. ‘Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y
contaré lo que ha hecho a mi alma.’”
Salmos 66:16
.
Así, por medio de la mano prosperadora de nuestro Dios sobre
ellos, nuestros sanatorios han sido el medio de lograr mucho bien.
Y han de elevarse aún más alto. Dios obrará con el pueblo que le
honre.
Maravillosa es la obra que Dios quiere realizar por medio de
sus siervos, a fin de que su nombre sea glorificado. Dios hizo de
José una fuente de vida para la nación egipcia. Por medio de José,
le conservó la vida a todo el pueblo. Por medio de Daniel, Dios
salvó la vida de todos los sabios de Babilonia. Y estas liberaciones
fueron lecciones objetivas; ilustraron ante el pueblo las bendiciones
espirituales que le eran ofrecidas por la relación con el Dios a quien
adoraban José y Daniel. Así también desea Dios impartir hoy por
medio de su pueblo, bendiciones al mundo.
Cada obrero en cuyo corazón habita Cristo, todo aquel que quiere
revelar su amor al mundo, es colaborador con Dios para beneficiar a
la humanidad. Mientras recibe del Salvador gracia para impartirla a
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otros, fluye de su ser entero la oleada de vida espiritual. Cristo vino