Página 445 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La obra del médico en favor de las alma
Mientras ejerce su profesión todo médico puede, por la fe en
Cristo, poseer una cura del más alto valor: un remedio para el alma
enferma de pecado. El médico convertido y santificado por la verdad
queda anotado en el cielo como colaborador de Dios, como discípulo
de Jesucristo. Por la santificación de la verdad, Dios da a los médicos
y enfermeros sabiduría y habilidad para tratar a los enfermos, y esta
obra abre la puerta de muchos corazones. Los hombres y mujeres
son inducidos a comprender la verdad que es necesaria para salvar
el alma y el cuerpo.
Este es un elemento que da carácter a la obra para este tiempo.
La obra misionera médica es como el brazo derecho del mensaje del
tercer ángel que debe ser proclamado a un mundo caído; y los médi-
cos, gerentes y obreros de cualquier ramo, al desempeñar fielmente
su parte, están haciendo la obra del mensaje. Así la proclamación de
la verdad va a toda nación, lengua y pueblo. En esta obra los ángeles
celestiales tienen una parte. Despiertan gozo espiritual y melodías
en los corazones de aquellos que han sido librados del sufrimiento,
y el agradecimiento a Dios brota de los labios de muchos que han
recibido la verdad preciosa.
Cada médico de nuestras filas debe ser cristiano. Solamente
los médicos que son verdaderos cristianos según la Biblia pueden
desempeñar debidamente los altos deberes de su profesión.
El médico que comprende su responsabilidad, sentirá la nece-
sidad de la presencia de Cristo con él en su obra para aquellos en
cuyo favor hizo tan grande sacrificio. Dejará subordinado todo lo
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demás a los intereses superiores que conciernen a la vida que puede
salvarse para la eternidad. Hará cuanto esté en su poder para salvar
tanto el cuerpo como el alma. Tratará de hacer la misma obra que
Cristo haría si estuviese en su lugar. El médico que ame a Cristo y
las almas por quienes Cristo murió tratará fervientemente de llevar
a la pieza de los enfermos una hoja del árbol de la vida. Tratará de
Testimonios para la Iglesia 6:229-234 (1900)
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