La necesidad del mundo
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algo de atención también a los que no han descendido a esas pro-
fundidades, pero que están asentando los pies en la misma senda?
Hay millares que ocupan posiciones de honor y utilidad que están
practicando hábitos que significan la ruina del alma y del cuerpo.
¿No deben hacerse los esfuerzos más fervientes para ilustrarlos?
Los ministros del Evangelio, estadistas, autores, hombres de ri-
quezas y talento, hombres de gran habilidad comercial y capaces de
ser útiles, están en mortal peligro porque no ven la necesidad de la
temperancia estricta en todas las cosas. Debemos atraer su atención
a los principios de la temperancia, no de una manera estrecha o
arbitraria, sino en la luz del gran propósito de Dios para la huma-
nidad. Si pudiera presentárseles así los principios de la verdadera
temperancia, muchos de las clases superiores reconocerían su valor
y los aceptarían cordialmente.
Hay otro peligro al cual están especialmente expuestas las clases
ricas, que constituyen un campo de trabajo para el misionero médico.
Son muchísimos los que prosperan en el mundo sin descender a
las formas comunes del vicio, y, sin embargo, son empujados a la
destrucción por el amor a las riquezas. Absortos en sus tesoros
mundanales, son insensibles a los requerimientos de Dios y a las
necesidades de sus semejantes. En vez de considerar su riqueza
como un talento que ha de ser usado para glorificar a Dios y elevar
a la humanidad, la consideran como un medio de complacerse y
glorificarse a sí mismos. Añaden una casa a otra, un terreno a otro;
llenan sus casas de lujo, mientras que la escasez recorre las calles y
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en derredor de ellos hay seres humanos que se hunden en la miseria,
el crimen, la enfermedad y la muerte. Los que así dedican su vida a
servirse a sí mismos, no están desarrollando los atributos de Dios
sino los de Satanás.
Estos hombres necesitan que el Evangelio aparte sus ojos de la
vanidad de las cosas materiales para contemplar lo precioso de las
riquezas duraderas. Necesitan aprender el gozo de dar, la bienaven-
turanza de convertirse en colaboradores de Dios.
Las personas de esta clase son con frecuencia las más difíciles
de alcanzar, pero Cristo preparará medios por los cuales puedan ser
alcanzadas. Busquen a estas almas los obreros más sabios, llenos de
confianza y esperanza. Con la sabiduría y el tacto nacidos del amor
divino, con el refinamiento y la cortesía que resultan únicamente de